El sorteo de la fase de grupos me pilló en la oficina. Teníamos puesta la radio, a la vez que seguíamos el desarrollo del mismo por páginas de distintos periódicos. Fue salir la bola del Celtic y que mi móvil no parase de vibrar, para extrañeza de todos mis compañeros. El Celtic. Glasgow. ¿Qué cojones…?
Un rival que sorpresivamente ilusionaba, mientras el resto, que estaba más pendiente de que tocase un PSG o un Bayern de turno, miraba estupefacto. Fue ahí, en ese instante en el que todos querían respuestas, cuando volví atrás en el tiempo. Regrese a aquel Centro Cultural en el que la asociación Los 50 dio un más que merecido homenaje a Adelardo Rodríguez. Una tarde grandiosa en la que se respiraba Atlético de Madrid. El mas puro. El mas castizo.
Aquella tarde, entre otras muchas anécdotas, Adelardo nos narró lo que fue aquel partido en tierras escocesas. Ese encuentro duro y marrullero que quedó en los anales de la historia rojiblanca y del fútbol en general. Aquella «Batalla de Glasgow» que hoy se cuentan, como quien narra una historia antes de dormir, de padres a hijos. De abuelos a nietos.
Las patadas, los insultos, los enfrentamientos de los propios jugadores con la policía y los hinchas escoceses, las malas formas con las que fueron recibidos los nuestros en el aeropuerto antes de volar a España… Todo aquello salió de la boca de Adelardo en esa tarde de memoria y reconocimiento.
Cuando el destino nos deparó otra visita a tierras escocesas, la primera desde el 74, mis compañeros de trabajo no entendieron mi ilusion. Tampoco las ganas con las que minuciosamente preparaba el viaje. Yo lo tuve muy claro desde el principio: En esta ocasión, el Atlético de Madrid no volvería a estar solo.
