Cumpleaños amargo

El Atlético de Madrid festeja esta noche sus 121 años de historia en un encuentro trascendental para sus aspiraciones la próxima temporada. La visita del Athletic Club al Metropolitano obliga a los madrileños a ganar si no quieren complicarse sus opciones de clasificarse para la próxima edición de la Champions. Una nueva derrota frente al cuadro bilbaíno dejaría al Atleti fuera de los puestos de Liga de Campeones a falta de cinco jornadas.

La celebración llega en un momento extremadamente amargo para la hinchada colchonera. La fatídica eliminación en Dortmund y la enésima debacle fuera de casa frente al Alavés han hundido el ánimo de los aficionados atléticos, indignados después de escuchar a Rodrigo de Paul afirmar que está siendo una buena temporada. A estas alturas, al hincha rojiblanco ya no le sorprende el conformismo instaurado tanto en el primer equipo como en la directiva. Pero no por ello deja de ser menos lamentable.

Pase lo que pase de aquí a final de temporada, la campaña del Atlético de Madrid será mala. Lo único que puede suceder en mayo es que se torne en tragedia. Sin embargo, ninguna clasificación para la Champions puede enmendar el desastroso curso del equipo fuera de casa, con actuaciones tan bochornosas como las de Valencia, Bilbao, Sevilla, Cádiz o Vitoria. Todo ello ha evidenciado las enormes carencias de la plantilla y la nula inversión realizada en verano para paliarlas.

Y es que el principal mal del Atlético de Madrid sigue teniendo nombre y apellidos: Miguel Ángel Gil Marín. La gestión del ilegítimo dueño del club se resume en que, durante doce años de «cholismo», el valor del equipo es inferior al que tenía cuando Diego Pablo Simeone se convirtió en entrenador del Atleti. Por el camino, ha habido once clasificaciones consecutivas a la Champions, dos finales, ocho títulos y un sinfín de millones que han entrado en las arcas del club. ¿Dónde está ese dinero?

La culpabilidad de Gil no exime de responsabilidad a sus cómplices. En esta lista, también entra el «Cholo». El técnico argentino siempre ha aceptado competir con lo que le dieran, aunque muchas veces tuviera que ir a la guerra con palos de madera. Conociendo su estatus, es lógico que el hincha rojiblanco haya echado en falta algo más de rebeldía. Pero no nos olvidemos. Simeone siempre fue así, también cuando ganaba Ligas. Reprocharle esto ahora y no antes es, cuanto menos, oportunista.

En cualquier caso, lo único evidente es que el Atlético de Madrid necesita una limpieza. Quizás salve los muebles y asegure otra Champions, pero eso será pan para hoy y hambre para mañana. Mientras en Valdeolivas se dediquen a contar billetes, esta será la tónica habitual en el futuro. Y así, hasta que el cántaro termine rompiéndose en forma de Europa League. Quién sabe si esa es la catarsis que necesita esta afición para señalar con el dedo hacia el lugar adecuado: el palco del Metropolitano.

Autor: David Gómez

Alcarreño. Adicto a la buena música y a la escritura. Estudiando y haciendo periodismo con un micrófono y un papel. Esclavo de una pasión llamada Atlético de Madrid.

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1 Comentario

  1. El Atlético de Madrid fue un club grande con don Vicente Calderón (entre 1964 y 1980, después de 1982 hasta su muerte en 1987). Vicente Calderón y Luís Aragonés fueron los que más hicieron por hacer grande de verdad al Atlético de Madrid. Recuérdese que con aquel presidente y con Luís de jugador y entrenador, se ganaron 4 ligas, 4 copas, una supercopa, una copa intercontinental y se jugó una final de copa de Europa. Don Vicente Calderón hizo grande al Atlético de Madrid. Otros arruinaron su herencia.
    Alfonso Cabeza (1980 a 1982) recurrió más a la estéril protesta (el colectivo arbitral ha masacrado al Atlético de Madrid desde entonces) que a lograr un equipo competitivo de verdad.
    Jesús Gil (1987-2004) parecía ser el revulsivo que el equipo necesitaba, el que hiciera cumplir el «este año sí» de la grada del anterior estadio. La afición creyó que con él se iba en serio. Pero se perdió en un antimadridismo estéril, cuando no perjudicial, en una lucha contra los árbitros perjudicial porque no cambió nada, se siguió perjudicando fuertemente al Atlético de Madrid, y, finalmente, allá por 1993, en un tirar la toalla «porque este pozo no da más agua». Además, llevó al equipo a Segunda División, el mayor fracaso de su historia, pues la intervención ya cogió al equipo en caída en picado. No subió al equipo tras un añito en el infierno, y la mediocridad duró toda una década tras el ascenso. Su fracaso fue palpable al no lograr converger en títulos con el Real Madrid y al ver como el Barsa, al que no separaban muchos títulos del Atlético, le ha dejado muy atrás. Su presidencia resultó un completo fracaso. Ni el doblete ni las copas del rey ganadas le justifican en la presidencia.
    Miguel Ángel Gil Marín (2004 hasta hoy) tenía las ideas claras y acertadas: «El equipo será grande si gana títulos». Dejó la presidencia y la representación del club, que no el poder de decisión, en manos del «catedrático de sabiduría» y cineasta, Enrique Cerezo, cuyos discursos a la afición son para enmarcar. No acude a los partidos y ha hecho una gestión aparentemente sobresaliente del club en lo económico, pero en lo deportivo ha dejado mucho que desear. Su mayor acierto ha sido traer a Simeone. Pero a Simeone no le ha traído los fichajes que sí le trajo a Aguirre, a Quique Sánchez Flores y a Manzano. Incomprensible. Como dejar el Ferrari en manos de un amateur y hacer conducir al piloto de competición un Audi A3. Así no hay manera.
    Puede ser que la crisis deportiva ha azotado al Atlético, como a la inmensa mayoría de los demás equipos, de modo especial, pero un equipo como el Atlético tiene que tener recursos para fichar futbolistas, o prepararlos de la cantera. Otra cosa es que se utilice como plataforma de intereses empresariales para Gilmar o para la compañía cineasta o cualquier otro fondo de inversión chino, judío o de a saber que lugar, sin importar nada la afición y el club.

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