Aunque todo fallecido debiera ser y ser tratado exactamente igual que cualquier otro, no es menos cierto que esta época del siniestro COVID-19 se está mostrando especialmente dramática en el entorno del Atlético de Madrid: Radomir Antic, Miguel Jones, Joaquín Peiró, Jose Luis Capón y hasta el jugador juvenil Christian Minchola han fallecido en las ultimas semanas por unas y otras razones, no todas achacables a la pandemia que nos asola.
Centrándonos en el entrenador serbio, gestor del único doblete conseguido por el Atlético en su historia, cuya segunda pata fue la Liga conquistada 19 años después de la del 77 (la primera fue la Copa del Rey ganada al Barcelona en la Romareda con ese gol de cabeza de Pantic), su trayectoria en el Atlético puede resumirse con tres palabras: ambición, espectáculo y cariño. Y tres anécdotas, una relacionada con cada una de las palabras, que puede no estén especialmente en la memoria colectiva pero que a uno se le quedaron grabadas como fiel reflejo de Antic. Y es que la memoria es muy selectiva y no depende, en sí, tanto de los hechos se produjesen, sino de como uno pudo o supo quiso interiorizarlos y recordarlos (u olvidarlos, por cierto).
La ambición: agosto de 1995. El Atlético, como es habitual en los tiempos de los “Giles y Cerezo” y salvo los maravillosos oasis de Antic y Simeone (este, aún vigente, y esperemos por muchos lustros), venía de ‘arrastrarse’ en temporadas anteriores por los campos de Primera (aún no había llegado el infierno y, en concreto, había sido duodécimo y decimocuarto en las dos campañas anteriores. Pocos días antes de comenzar aquella Liga 1995/96, Gaspar Rosety (que en par descanse, también) entrevistaba a Radomir Antic y le lanzaba la siguiente pregunta: “Molina; Geli, Santi, Solozábal, Toni; Vizcaino, Caminero, Simeone, Pantic; Kiko y Penev. Radomir, este equipo suena a campeón de Liga y no a luchar por no descender”. Respuesta del míster: “Pues, sí, de verdad que sí.” No anduvo con media tintas: que si vamos a intentar mejorar la campana pasada, que si quedar lo mas arriba posible… No. Y esa fue la alineación del doblete (con los habituales Roberto, Juanma López y Leo Biagini como primeros recambios) que todavía hoy recordamos lo que fue aquella excelsa temporada.
El espectáculo: Dice Diego Pablo Simeone, la historia la confirma y no seré yo quien lo contradiga, que la idiosincrasia del Atlético es el jugar agazapados, todos muy juntitos y salir al contraataque. Insisto no seré yo quien lo rebata; pero no es menos cierto que Radomir Antic logro el único doblete de este club con un planteamiento de juego absolutamente diferente: con el gusto por la pelota, sin dejar a los defensas dar ‘pelotazos’, tratando de combinar y de meter siempre ‘un gol más’… y aunque aquellos tres años de Antic están plagados de partidos fastuoso – sirvan como botón de muestra la victoria en el Nou Camp en el año 96, con el mágico regate de Caminero o el 5 a 2 también al Barcelona en el ultimo partido de Antic en su primera etapa en el Calderón, y al cual nos referiremos más tarde).
Pero el partido que siempre quedara en la cabeza de uno (o el segundo tiempo, mejor dicho), fue la ida de la semifinal de la Copa del Rey disputada en la ciudad del Turia. Llegaba el Atlético lanzado, líder destacado en Liga y máximo favorito a “todo” por aquel entonces… enfrente, el Valencia, único equipo que le hacia algo de sombra aquel año, dadas las irregulares campanas de Real Madrid y Barcelona; un Valencia dirigido en el banquillo por Luis Aragonés y con hombres como Zubizarreta, Mazinho, Fernando, Mendieta o Mijatovic (seria su ultimo año antes en partir a Concha Espina) en el terreno de juego.
Recuerdo uno que aquel año, trabajaba por las mañanas y tenía clase por las tardes y llego a casa en el descanso. Le pregunto a su padre como iban y su padre le respondió: “Gana el valencia 2 a 0”. Y uno, sorprendidísimo, vistos los precedentes, contestó: “¿Y cómo has sido eso?”. Respuesta: “El Valencia ha llegado dos veces y metido dos goles; el Atlético ha llegado seis y no metido ninguna. Si en el segundo tiempo juegan igual y las meten, esto acaba 2 o 3 a 5”. Dicho y hecho: 3 a 5 fue el resultado final de aquella ida que daría billete y media al Atlético para la final de Zaragoza.
Y el cariño: Otro de los partidos que pasará a los anales de la era de Antic en el Atlético fue, por muchas razones, el ya citado de su despedida del Calderón en mayo de 1998. Aquel partido fue un cúmulo de sensaciones, de las futbolísticas a las emocionales. Ganó el Atlético 5 a 2, como si el fútbol quisiera resumir, o hacer un homenaje, en un solo partido, (a) la trayectoria de Antic en el Atlético, hubo goles ‘de museo’, salidos de los pies de esos dos genios que fueron Rivaldo y Caminero… Pero lo mejor vino al final… concluido el partido, Radomir dio la vuelta al Vicente Calderón entre los vítores del publico y agradeciendo y devolviendo todo el cariño recibido. Y, tras la vuelta al coliseo, se fue por el túnel de vestuarios envuelto en el famoso grito de: “lo, lo, lo… Radomir te quiero”. La mayoría del Calderón se vació pero unos pocos se quedaron, nos quedamos, como queriendo detener la historia en ese momento, como no resignándonos a que el hombre nos había hecho campeones otra vez tras años de sinsabores se estaba despidiendo… Y siguieron, seguimos, la mayoría en el Fondo Sur gritando el grito de guerra “lo, lo, lo… Radomir te quiero”. Y Radomir volvió a asomar por el túnel de vestuarios y se dirigió al fondo sur donde unos cuantos le seguían, le seguíamos ovacionando; y estuvo allí un buen rato estrechando la mano de todo aquel que se acercaba a la valla. Eterno cariño mutuo entre una hinchada y un técnico.
Item más: dicen que, cara a cara, tenía un carácter difícil, que por eso era complicado aguantase varios años como entrenador en un mismo sitio. Y no me sorprende. Lo que si tenía, y tiene, uno clarísimo es uno frase que he repetido hasta la saciedad: “cuando Radomir Antic hable de FUTBOL, que callen los demás”.
Descanse en paz. Bratzo, míster.
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