Yo era un niño y no entendía. No entendí por qué si eres del Atleti, tenías que marcharte. Pensaba que yo nunca lo haría, si me daban la oportunidad de jugar en el Atleti, no me iría para ganar títulos fuera porque me parecía faltarle el respeto a mi club. Total, que aquel verano me enfadé con Torres y me ilusioné con Forlán y Simao.
El enfado pronto se convirtió en rencor. El Atleti empezaba a crecer y competir y él se había ido. No me di cuenta de que había una relación directa y que Torres lo sabía. Llegaron los triunfos con la selección y pensé que la bandera y la bufanda eran puro postureo.
Y así pasaron los años, el Niño ganó títulos, la Champions incluida, y yo sentía indiferencia. Aunque en el fondo, cada vez que jugaba con la selección y veía que las culpas se centraban en él, me salía defenderlo porque entendía que una parte de la crítica era exclusivamente por salir de donde había salido.
Poco después llegó nuestra época dorada que coincidió con los problemas físicos de Torres que apenas le dejaban rendir y de repente, los caminos volvieron a encontrarse. Esta vez, era el Atleti el que le daba la oportunidad a Torres de seguir compitiendo y no al revés como ocurrió desde su debut hasta su marcha. Cuando se llenó el Calderón en su presentación, comencé a hacerme preguntas e incluso recriminarme el rencor que había tenido durante tantos años por su marcha.
Entonces, llegó 2016 y cuando el equipo lo necesitaba, Torres apareció. Seguramente ya no estaba en condiciones ni física ni mentalmente de rendir al nivel que rindió, pero lo hizo. El club erró fichando y él decidió echarse el equipo a la espalda con una segunda vuelta que bien mereció su convocatoria para la Eurocopa. Faltó la guinda pero seguramente tanto Torres como la afición vivió los seis meses que ambos habían soñado desde el debut del de Fuenlabrada.
Sin embargo, hasta que no pisé el Calderón en un partido en el que él empezó como suplente, no empecé a comprender todo lo que había pasado en los años anteriores. Cuando salió a calentar, viví una auténtica devoción.
El estadio olvidó lo que pasaba dentro de las líneas de cal para sólo preocuparse por una persona que corría fuera de ellas. Ahí comprendí que cuando se marchó en 2007 el equivocado era yo. Hay una generación, que idolatró a Agüero, Forlán y Falcao sin darnos cuenta de que el verdadero artífice de todo ello había sido Torres con una decisión tremendamente generosa que algunos no entendimos en su momento y que, sin embargo, fue imprescindible para que hoy conozcamos el Atlético que conocemos.
Foto: Rubén de la Fuente