Tal vez los que decimos echar tanto de menos el unocerismo no recordábamos bien lo que representa a veces, tal vez ahora, después de haber visto el partido de Granada, los momentos finales, la incertidumbre de las pelotas desesperadas de última hora, la angustia de las decisiones del VAR, tal vez, digo solo tal vez, no estemos tan mal con esa orgía de goles a la que acostumbra el nuevo Atleti de Simeone, aunque hay que reconocer que también fue una satisfacción recobrar las sensaciones que proporciona un marcador exiguo, el subidón de adrenalina que representa ver la puerta a cero, imaginar el impertérrito rostro de Oblak en estado de felicidad.
El Granada es uno de los equipos con bastantes papeletas para el descenso y Simeone entendió que era un momento adecuado para dar descanso al centro del campo. Rotó a Koke, a De Paul, también a Lino y a Giménez. A quien no pudo rotar es a los dos de arriba, Griezmann y Morata, tal es la dependencia ofensiva de ellos. En la primera parta las fuerzas estuvieron igualadas. El Atleti soportó la efervescencia del arreón local y después controló el partido sin generar excesivo peligro. Riquelme, con voluntad, no acertaba a decidir bien al llegar al área. Por la derecha no hubo conexión entre Nahuel y Llorente y al centro de operaciones, comandado por Barrios, se le notaba todavía la falta de partidos y ritmo. Cero a cero y tras el descanso, De Paul y Lino a escena.
Los cambios voltearon por completo el rumbo del partido. El Atleti controló por completo el juego, comenzó a jugar en campo rival, el centro del campo era un avispero agitado por el argentino campeón del mundo y Lino comenzó a socavar los caminos hacia Batalla por su banda. A pesar de eso, el gol vino por el otro costado, con un centro de Griezmann que Morata remató de cabeza a la red, prolongando su idilio con el gol. Tres minutos estuvo el VAR revisando si era fuera de juego para finalmente conceder el gol. El Atleti buscó la sentencia y la tuvo en varias ocasiones, en un remate de Lino a bocajarro, un gol anulado por dudoso fuera de juego a Saúl, un palo de Griezmann, el remate posterior de Correa, que había salido a dar refresco al nueve madrileño. Pero la cuestión es que el segundo no llegó y sucedió lo que suele suceder en este contexto, que el Granada arreó en los minutos finales y en el descuento, que empezó a colgar pelotazos, que subió el portero a rematar el último córner, que se elevó el grado de incertidumbre, la zozobra y que, finalmente, los tres puntos fueron para Madrid con un resultado que probablemente hacía justicia a lo acontecido en el partido.