Llegaba el Athletic para definir un partido que siempre es especial, el choque entre el padre y el hijo, dialéctica vital en la que las nuevas generaciones entierran siempre a las viejas. Simeone olió el buen momento de Thomas en Copenhague y le dio continuidad en el medio, colocándole a Saúl al lado, y de ahí, pese al mal momento de Koke, resultó un Atleti fluido, que dibujó veinticinco minutos de buen fútbol en los que acorraló al homónimo bilbaíno en su terreno.
El Atleti insistía a través de los descuelgues de Costa a la banda, de la aparición de Griezmann en el medio para combinar, siempre a un toque, de tacón, de espalda, de exterior. Siempre un toque del galán francés que dejaba la jugada aclarada. Cuando Antoine alcanza ese nivel sirve para despejar las dudas y apunta que el Atleti, con un tipo así, que a un toque va dibujando caminos, puede alcanzar cualquier cosa que se proponga. Todo eso resultó frenado por la imprecisión a veces desesperante de Correa y fundamentalmente, por el árbitro, que dejó sin señalar tres penaltis en el área bilbaína. El primero, clamoroso, sobre Costa, los otros sobre Giménez y Filipe, ambos en la misma jugada. Aquello exasperó a la grada y también a los futbolistas y el Athletic supo aprovechar la tesitura para detener el ataque constante rojiblanco enfriando con descaro el partido.

Costa en su batalla permanente con los centrales del Athletic. Foto: RUBÉN DE LA FUENTE
En la segunda mitad, los de Simeone persistieron en su idea inicial. A los de Ziganda le quemaba el balón en los pies, a cada embate del Atlético respondían desembarazándose de la pelota como si esa fuera la única forma de expiar el peligro. El Atleti mantenía el tono, lo intentaba por los costados con Vrsaljko y Filipe cada vez más ofensivos, con Thomas en pleno recital en el medio, pero sin llegar con opciones claras sobre la portería de Kepa. Un disparo lejano de Griezmann, un cabezazo arriba de Costa. Simeone introdujo entonces a Gameiro en el partido por un desacertado Koke, cuando todos esperaban el 11 de Correa en el cartelón. En el sesenta y siete, justo antes de que la prisa o la desesperación se colasen por las rendijas del Metropolitano, la medular del Athletic hizo muestra de su candidez y dejó un balón muerto que agarró Griezmann para iniciar un contragolpe vertiginoso que acabó con un pase medido del francés y una definición perfecta al palo largo de su compatriota Gameiro para poner el marcador y el partido a favor.
Los bilbaínos no tuvieron reacción y el Atleti, inasequible al desaliento, con una defensa invulnerable que había tenido que cambiar al descanso una de sus piezas – Godín por Lucas, que se marchó lesionado tras sus incontables encontronazos con Williams-, se limitó a esperar y terminar de destrozar el partido en otro picotazo de Costa, que aprovechó el desliz de Núñez, que lo marcó bien durante todo el partido, y no desaprovechó la ocasión para anotar en el mano a mano con Kepa.
Así, en un partido de dominio, de buen fútbol, el Atleti le sostuvo el pulso al Barcelona una semana más. La próxima parada, una vieja y conflictiva posada: el Pizjuán.