Hay partidos en los que no es suficiente con combatir al rival para alcanzar el triunfo. Existen noches extrañas en las que, para ganar, es necesario pelear contra el árbitro, contra el contexto, y lo peor de todo, contra uno mismo. La mayor parte de esas veces, cuando todo se pone en contra, lo normal es sucumbir, pero en ocasiones, equipos como el Atlético de Madrid de Simeone consiguen sobreponerse a todo y vencen. Ganan como si fuera lo normal, lo inevitable, como si fuese sencillo. Ganan dejando la sensación de que, en una noche de esas, nada ni nadie, ni un rival aguerrido, ni un campo histórico, ni la falta de acierto, ni siquiera un arbitraje escandaloso pueden doblegar su voluntad.
La noche en San Mamés fue un homenaje al fútbol. El Atlético, con la poderosa pareja de Saúl y Thomas en el medio, salió mandando pero el Athletic nunca se escondió. Tras unos minutos de alternancia en la posesión el choque se convirtió en un ida y vuelta precioso y frenético. El Atleti se estrellaba con su falta de acierto en la portería rival: Griezmann en dos ocasiones, Gaitán, que se activó en el partido lanzando un balón al palo después de haber desperdiciado sus primeros treinta minutos de juego. También Correa, vertiginoso en los últimos metros. El Athletic respondía con un juego primitivo y bello en su simpleza. Salía de la presión con pelotas largas, caídas a banda y centros rápidos. Arriba, Aduriz y Raúl García se fajaban con Godín y Savic que estuvieron inmensos. Ziganda parecía estar rescatando la genuina esencia del fútbol del Norte. Al borde del descanso, el árbitro, con la ayuda inestimable del linier se inventó un penalti inexistente de Filipe sobre Raúl García al que hizo justicia Oblak con un paradón a Aduriz para dejar el empate en el marcador. Antes, había anulado un gol a Griezmann por una más que discutible falta de Godín a su marca antes de prolongar la pelota que el francés mandó adentro de la portería. El colegiado, Estrada Fernández, venía dispuesto a sumarse a la fiesta.
En la segunda parte, el Atlético de Madrid salió con un hambre voraz por el triunfo. Correa intensificó su movilidad, Griezmann había ya desempolvado por completo el frac y en combinación con Koke en la frontal, el canterano sirvió a un pase de la muerte para que el pequeño argentino desencajara el marcador. El Athletic quedó tocado con el gol y Simeone quiso más: metió a Carrasco y ahí, con la furia del delantero belga, que salió dispuesto a reivindicarse, el Atlético fue un equipo desbocado sobre la meta de Kepa que realizó una de las exhibiciones de su vida. Griezmann hizo de su preciosismo virtud y metió un pase imposible a Yannick, que no desaprovechó la ocasión e hizo el segundo. El Atlético ahí se preparaba para golear, pero el Athletic rescató la raza del león herido y gracias a su pundonor y a los errores unidireccionales del colegiado, que anuló un gol legal a Griezmann y le birló un penalti claro, el daño no fue mayor.
Marcó el Athletic en las postrimerías, lo hizo Raúl García, el viejo amigo, pero ya era demasiado tarde para todo, incluso para emborronar la majestuosa actuación de los de Simeone, que habían vuelto a asaltar el Nuevo San Mamés, un estadio talismán para los madrileños que apartan la zozobra y esperan al Sevilla después de enseñar a todos que su renovación no deja a un lado el resultado.
Foto: clubatleticodemadrid.com