El protagonismo de los ausentes

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Murió durante la pandemia, incrustado entre las víctimas del maldito virus. De puntillas, privando a la afición de darle un homenaje, un último adiós y la demostración de cariño que se le tenía. Muy injusto para un entrenador instalado a perpetuidad en el Olimpo rojiblanco, desde que recogió un equipo que llevaba dos años flirteando con la ruleta rusa del descenso y lo transformó en el rodillo que ganó el doblete. Porque con Radomir Antic se ganó de nuevo la Liga tras veinte años, la primera que celebrábamos para muchos de nosotros. Y, amigo, con la primera Liga ocurre igual que con el primer gol o la primera vez que te rompen el corazón, muchacho. Eso nunca se olvida.

Un vestuario, un ejército o cinco amigos eligiendo un bar precisan de un líder. El Atleti sufrió en poco tiempo las salidas de Futre, Schuster y Luis Aragonés, y el equipo adoleció de esta figura, deambulando por la Liga durante dos años calamitosos. Los veteranos estaban lejos de su mejor nivel y la medida de acierto de la dirección deportiva era similar a la de cualquier universitario tomando decisiones en un bar a las cinco de la mañana.  Los nuevos jugadores encontraban su sitio en la noche madrileña antes que su taquilla y, mientras, se sucedían los entrenadores, igual que cuando utilizas una colilla encendida para el siguiente cigarrillo. Hasta que en el verano del 95 llegó Radomir Antic.

Rápidamente se convirtió en el eje del proyecto. Arrancó con una pretemporada soberbia que acabó con un Doblete para el recuerdo, como esos polvos impecables a los que no les cambiabas ni una coma. En la Liga líderes desde el inicio, con un estilo de juego vertical y una presión arrolladora. Y en la Copa exactamente igual, donde además mostró su mejor partido en la semifinal contra el Valencia. El serbio inyectó personalidad al equipo, innovó y extrajo la mejor versión de todos los jugadores, especialmente de Milinko Pantic, un desconocido hasta que Radomir le recuperó de la liga griega. El centrocampista, un pilar fundamental toda la temporada, era tan peligroso en sus disparos a balón parado, que algunos de sus córneres y faltas salpicaban de pólvora las primeras filas de la grada.

Los amores más intensos suelen ser cortos, pero su idilio con el Calderón duraría todavía dos años más tras el Doblete, en los que el serbio se convirtió para siempre en un intocable de la grada. Si bien no llegaron más títulos, lo cierto es que el equipo creció con él aquellos años. Su condición de leyenda se demostró en el último partido, con todo el Calderón cantando el ‘Radomir, te quiero’. Y, si las decisiones se tomasen más con la cabeza que con el corazón, nunca nos despertaríamos un domingo por la mañana arrepentidos al ver nuestra compañía entre las sábanas, ni seguramente el serbio habría retornado dos veces al banquillo para tratar de rescatar al equipo del descenso. Con desigual éxito pero, a pesar de la derrota en la final de copa o el descenso, con su estatus de mito rojiblanco intacto.             Radomir poseía un carácter ganador y competitivo. Nunca se mostró inferior a nadie y las bajas de los jugadores las afrontaba estoicamente. Era habitual oírle decir en las ruedas de prensa que “los ausentes nunca son protagonistas”, cuando las lesiones o las convocatorias de selecciones le privaban de algún futbolista. Un diario deportivo de Madrid debió coger la frase literalmente, porque al día siguiente del fallecimiento del único técnico que ha entrenado a Madrid, Atleti y Barça, de que se marchara el artífice del único doblete colchonero, decidieron ningunearle y ceder la portada al humo de guardia de los fichajes del Madrid. Al verlo, me trajo a la memoria la anécdota que contaba Antic de su etapa como futbolista, la de la frase de su madre la primera vez que un diario habló de él: “hijo, mañana mucha gente se limpiará el culo con ese periódico”.

Foto: GETTY IMAGES

Autor: Pike Bishop

50% de Bishop and Gittes. La mitad legal, concretamente. En esta vida de lo que realmente sé es de bares y del Atleti. Del resto, un mero aficionado.

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