Diego Costa, principio y final

La sensación, desde aquel enfrentamiento en Lisboa es que cada vez que Diego Costa arranca, se va a romper. Son milésimas de sufrimiento y segundos de alivio cuando no ocurre.
En sus seis meses de competición tras su retorno, el de Lagarto sumó a pesar de que transmitía que no estaba bien, lejos de lo que podía ofrecer. El incorporarse en enero mermó su temporada y la del Atlético. Aun así, ofreció soluciones. Sin acaparar los focos, potenció exponencialmente a Griezmann que elevó su nivel hasta llegar a su mejor versión de rojiblanco. Costa sacrificó su individualidad por el bien del equipo y a pesar de no ser determinante por sí mismo, fue una amenaza constante para los rivales. Al hispano-brasileño le bastaba con su presencia para sacar ventajas.

Frente al Real Madrid en la Supercopa de Europa volvimos a ver al Diego Costa que se fue, mostrando un nivel físico sorprendente para las alturas que estamos de temporada y para alguien con esa fragilidad muscular. Regresó el jugador que estando en el campo no sólo saca ventajas para su equipo sino que lo mantiene cerca del gol permanentemente, sea cual sea la situación de la pelota, incluso estando esta en posesión del rival.

Lo único que queda tras ver lo sucedido en Tallín es lamentarse por no haber tenido durante tres temporadas y media al delantero que le da sentido al plan de Simeone. Los hay mejores, sin duda, pero pocos o ninguno de los integrantes de la plantilla le dan tanta razón de ser al sistema rojiblanco como lo hace el hispano-brasileño. Durante la travesía por el desierto, el Atlético tuvo delanteros altos, otros rápidos, otros potentes, pero ninguna de esas características bastaba por separado para dar un salto de calidad. Costa aúna todas ellas.
Costa es intimidación. Costa no pregunta después de disparar, simplemente dispara y se va sin preguntar. Inicia y acaba los ataques rojiblancos, podríamos poner innumerables ejemplos de su etapa anterior, sin embargo, basta con irse al primer minuto del partido en Estonia, ofreció su cuerpo de espaldas para un balón largo de Godín y no necesitó nada ni nadie más para causar el terror. Lo mismo que en su primer gol frente a Portugal en el Mundial aunque esta vez, sin ser cuestionado.

 

Foto: clubatleticodemadrid.com

 

 

Autor: Emilio Cabrera

Cañailla afincado en Sevilla y del Atleti. Estudiante de Periodismo

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