El partido frente al Villarreal se resume con una vieja ley más antigua que el fútbol: el que perdona lo paga. El Atlético la interpretó de la manera más radical en medio de un ambiente extraño, mitad porque la grada piensa inevitablemente en los derbis trascendentales que se acercan, mitad porque la emoción se instaló recordando los grandes momentos del Calderón desde ese Fondo Sur que tiene la garganta tan ronca. En el césped, el Atleti perdonó lo indecible y recibió su castigo. Una inesperada derrota que complicará el camino de rosas que parecía llegar a la tercera plaza.
Simeone probó una nueva variante en el ataque introduciendo a Correa como pareja de Griezmann y a Gaitán en el costado en el lugar de Carrasco. El resultado fue una Atlético vertical e incisivo que apabulló al Villarreal desde el inicio del choque con una cantidad de ocasiones imposible de enumerar en una crónica de proporciones limitadas. Lo intentó por ambas bandas, principalmente la izquierda, pero sobre todo por dentro, con Griezmann omnipresente y aglutinador del juego y con un Correa que aportaba vértigo en cada jugada. Al final de todo estaba Andrés Fernández, que con un partido memorable sostuvo el planteamiento defensivo del Villarreal.
El Atlético fue intensificando su dominio y en la segunda mitad, Simeone dio entrada a Gameiro y Carrasco en un doble cambio por Correa y Gaitán y poco después a Torres, tras hacerse daño en un hombro el delantero belga en un choque en la medular. El Cholo puso todo lo que tenía y los locales siguieron encontrándose con su debilidad de cara al gol al final de cada jugada. Ora la inocencia, ora Andrés Fernández llegó la implacable ley. Falló Filipe en un control y Bakambú aprovechó el traspiés para poner en bandeja a Soriano el gol que ajusticiaba al Atlético. Ésta vez no hubo tiempo ni reacción, sino un gesto fruncido ante el principal mal que asola a la plantilla desde principos de temporada: la falta de gol.
Foto: clubatleticodemadrid.com
