Voy a dejarlo claro desde el principio: No, no todos los aficionados a un equipo somos iguales. Ya puede cerrar la página y emplear su tiempo en otras cosas, no va a poder convencerme de lo contrario. Y seguramente yo a usted tampoco. No, no voy a decir qué forma es la mejor, pero sí a diferenciar claramente dos conceptos claros de lo que es el fútbol para muchas personas. Llamar a las cosas por su nombre, aunque alguno se me ofenda. Hemos venido a jugar.
De un tiempo a esta parte ha surgido una corriente que empieza a tener fuerza en las gradas, los llamados espectadores. Un público que asume el hecho de que paga, y con ello exige. Carentes de responsabilidad en el desarrollo del partido, pero con total mérito en la victoria o en la consecución de los títulos. Alejados del sentimentalismo “porque lastra” y cuyo fin único, último y máximo es la victoria. No tienen ningún rubor en silbar a cualquier jugador, obviando la hoja de servicios que éste pueda presentar, únicamente importa el presente. Si algo falla, se reemplaza de inmediato. Cabe destacar que para este sector hay competiciones que merecen o no la pena jugar, más allá de que cualquier partido que enfrente a dos equipos de mitad de tabla de Primera División hacia abajo es considerado otro deporte ajeno al fútbol.
Al otro lado de una balanza cada vez más desnivelada, pero con intención de plantear batalla hasta el final, se encuentran los hinchas. Esos que siguen considerando a los clubes de fútbol como bienes culturales, con raíces y valores diversos, en un mundo moderno que aboga por la homogeneidad. Aficionados a los que les da igual si el campo es un tapete verde, un patatal con charcos o simplemente está formado por 4 líneas trazadas a tiza y chaquetas haciendo la vez de poste. Su único y verdadero objetivo es mantener la esencia del equipo del cual se enamoraron, arropar a los suyos y transmitir unos valores de generación en generación. Se consideran parte del juego, siendo protagonistas y decidiendo partidos, con ese factor cancha que tanto asusta a muchos en determinados campos. Creen que hay jugadores cuya aportación al club pesa más que el rendimiento que estén dando en el momento y a los que, si las cosas van mal, no dudan en brindar su apoyo. Les da igual la competición e incluso les apasiona viajar a campos humildes de divisiones inferiores en los que se mantiene la esencia futbolística.
No, amigos, no todos somos iguales. Y me atrevería a decir que los últimos, a los que solo les importa pasarlo bien y seguir animando a su equipo, son más felices que los primeros. En la vida no importa tanto lo conquistado sino el cómo se conquistó. Aquí uno que cuando fallezca prefiere llevarse historias y cicatrices antes que leyendas contadas y trofeos.
Foto: Getty Images
21 diciembre, 2020
Excelente Artículo, tienes toda la razón.
21 diciembre, 2020
Yo también lo creo, sólo cabe aplaudir. Yo quiero que mi equipo gane, pero no lo quiero porque gane.
22 diciembre, 2020
Toda la razón del mundo