Cuatro chaquetas en el suelo. Dos piedras y una pared. Una valla abollada de tanto pelotazo. Cualquier rectángulo valía como terreno de juego, aunque a veces ni era necesario que tuviese una forma concreta. Las pelotas contaban historias y tardes de gloria en función de lo despellejadas que estuviesen. Sin más ley que la que marcaba esa «botella» que te obligaba a darte un paseo si errabas en el disparo. Esa fue nuestra infancia.
Tardes de partidos hasta que el sol desaparecía y era imposible seguir jugando. O hasta que, exhaustos, alguien mencionaba la frase mágica: «Quien meta gana.» Horas que se pasaban volando mientras emulabamos ser nuestros ídolos. Ídolos que iban cambiando según avanzaba la temporada o llegaba un mercado de fichajes. Al menos en el lado madridista, porque nosotros siempre fuimos Torres. Pasaban los días y las tardes y al del Atleti siempre lo llamaban Torres.
Por aquel entonces, en alguna plaza de Vallecas, con chaquetas por el suelo y una pelota vieja, un chaval de nombre Jorge, pero al que todos conocían por Koke, también jugaba a ser Fernando Torres. Un niño que miraba cada noche la bandera que colgaba en su habitación y memorizaba el lema que lucía en ella: «Nacidos para ganar.»
Los años pasaron y el juego se convirtió en realidad. Aquella bandera se descolgó de la habitación para viajar rumbo Bucarest y poder estar presente en su primera final, aunque no fue la única. En la historia quedará por siempre aquel pedazo de tela desplegado en el círculo central del Bernabéu tras un derbi que consiguió poner fin a una negativa racha que acompañó a Koke, como a todos nosotros, durante su infancia.
El sueño era debutar con el Atleti y ya han pasado seiscientos partidos. De canterano a capitán. De escuchar en el vestuario tímidamente a dar consejos a los que van llegando. Una vida en torno a un Club.
Hoy, los niños siguen improvisando campos de fútbol con chaquetas, piedras o marcas en la pared a modo de palo. Las tardes continúan alargándose y aún se escucha aquella frase de «quién meta gana.» Todo sigue igual, menos una cosa: Los niños ya no quieren ser Torres, ahora los niños quieren seguir siendo Koke.