Otra vez. No falla. Un año más, en la primera parte del año y con resultados favorables, llegamos al parón de selecciones con la moral por las nubes y el pecho inflado cual palomo. No es para menos, ya solo el hecho de haber nacido del Atlético de Madrid debería ser un argumento rotundo para descorrer cada mañana las cortinas con una desafiante sonrisa. Aún así todavía existen tipos que necesitan de argumentos deportivos que sostengan su fidelidad a un equipo. No les culpo, Santo Tomás también necesito de una prueba para volver al sendero de la fe cuando todos los demás creían a pies juntillas en el único y verdadero camino.
El problema viene en la exaltación desmedida de la alegría, y en confundir esta con fanfarronería y arrogancia. Así pues, muchos ya han comenzado a hacer absolutos bengaleos de prepotencia desmedida y a fardar de lo que aún no tienen, y seguramente estén más cerca de no tener que de poder alcanzar algún día. Una actitud que nunca ha caracterizado a la afición del Atlético de Madrid, más consciente de que su mayor activo es la religión inquebrantable y la profesión irracional de amor a unos colores por encima de cualquier argumento lógico.
El barco apenas ha salido del puerto y cruzado varias millas cuando ya hay muchos agolpándose en el mástil gritando tierra a la vista. Serán los mismos que cuando venga una marejada, cuando las fuerzas flaqueen o el viaje se empiece a hacer largo y pesado, se tiren al agua renegando de su aventura marinera. Otros sin embargo, seguirán remando hasta la última gota de sudor. Hasta que el capitán diga que se ha alcanzado tierra o que el viaje no ha salido tan bien como se había planeado. Aún así estarán orgullosos, de lo recorrido y lo que aún quedará por recorrer. Los marineros del destierro es lo que tienen, nunca dejan de navegar. Así nos lo enseñaron en su día la gente a la que relevamos en galeras y que ahora hace lo propio desde lo más alto.
Yo tengo claro mi sitio, como en las anteriores travesías y en las que quedan por venir. Codo a codo. Tercio a tercio. Remada a remada. Con los míos.
“Navega, velero mío,
sin temor
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.”
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