El dominio de las emociones

No recuerdo un grito de la afición como el que sonó cuando en las alineaciones el speaker nombró a Joao Félix. La renovación ha sido necesaria, como si el equipo fuera un producto más de la obsolescencia programada, la fecha de caducidad ya había llegado. Y desde ahí se afrontan los partidos en el Metropolitano, como el niño que presume de mochila nueva en la vuelta al cole. Una ilusión de la que Simeone parece haberse contagiado porque difícilmente lo veríamos probar el rombo en el medio campo si este no tuviera savia nueva.

Pero claro, la ilusión mal gestionada se convierte en frustración. Y la frustración se apoderó de Hermoso, cuya versión recordaba a los peores momentos de Pablo Ibáñez en ese perfil izquierdo. Por eso, tiene que darle las gracias a Costa, por ser el único jugador del planeta al que a su forma de jugar no le importa ni el momento del encuentro ni el resultado. El daño ya estaba hecho desde el 0-2 y desde el gol de Joao al descanso sólo hubo nerviosismo que se transmitía de la grada al campo y del campo a la grada. El Atleti recortó en el marcador, pero no en el juego donde el Eibar llegó al descanso sintiéndose dominador de todo más allá del balón, algo que era habitual ver en el conjunto del Cholo. Cada parón, eran pérdidas de tiempo, y cada pérdida de tiempo era más nerviosismo. Aunque quedara un mundo por delante.

Sin controlar el plan, las únicas opciones de los rojiblancos pasaban por la improvisación, así que, desde ahí, llegó la igualada. Un pase de Oblak a Giménez que el uruguayo no vio hizo que una salida en estático tuviera que ser acelerada y a partir de ahí el equipo voló desde Saúl a Vitolo pasando por Lodi. El Atleti recuperó el entusiasmo. Simeone comenzó a agitar los brazos y el público dejó a un lado sus rencores consiguiendo que los ataques del conjunto armero cada vez fueran más cortos. El Eibar insistía en buscar la desesperación pero los rojiblancos desde el empate parecían tener un plan. El público dejó de recriminar errores para agradecer el esfuerzo.

La salida de Riquelme no fue más que un empujón para entusiasmar. Y con el entusiasmo bastó porque, aunque nunca se maduró el partido, el Atleti encontró sus momentos para acabar venciendo en un encuentro que comenzó siendo atropellado. Si fue desde lo consciente o desde lo inconsciente da igual porque  el Metropolitano celebró el liderato antes del parón con el entusiasmo de quien llega a las últimas jornadas con opción de tocar metal.

Autor: Emilio Cabrera

Cañailla afincado en Sevilla y del Atleti. Estudiante de Periodismo

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