La felicidad del Atleti campeón

La final tuvo un preludio espectacular. La afición del Marsella, mayoritaria, incendió la grada con un despliegue increíble de pirotecnia que cubrió el estadio con una neblina que venía perfecta a la afición del Atleti para escenificar su particular incendio, el de la nostalgia. Los colchoneros tiñeron el fondo de rojiblanco y desplegaron una pancarta vintage, look del 86, bandera de la Comunidad, que decía: Atleti FOREVER. Antes, ahora y siempre.

Tal vez aturdido por la experiencia de sus últimas finales, el Atlético de Madrid salió a pie cambiado. Le costó entrar en el partido, el Marsella lo descolocó con un saque de centro extraño, que luego repetiría, en el que mandaba el balón fuera sobre la banda de Lucas y desplazaba a sus hombres a presionar. Tirar la pelota con el objetivo de recuperarla en zona ofensiva, una extraña declaración de intenciones. En el minuto tres, el peligro del Olympique se desplegó en toda su dimensión, Payet cogió la espalda de los mediocampistas y rompió la línea que sostiene la solidez defensiva de cualquier equipo, también del Atleti, entró con Thauvin y Ocampo flanqueándole el paso por los costados y asistió a Germain en el pasillo que quedó en el medio. Solo ante Oblak, el delantero centro marsellés ahogó la ocasión de su vida y un barrunto negro sobrevoló la hinchada francesa, que sabía que el Atleti no indulta el error ajeno. Alentados por la ocasión fallada, los de Rudi García percutieron con saña en los primeros minutos, jugadas fruto de la presión alta que acabaron con disparos lejanos hasta que en el minuto veinte, el Olympique volvió a fallar, esta vez fue en la salida del balón, Anguissa sucumbió a la presión de Gabi que robó y habilitó al espacio que se generaba entre los centrales para que Griezmann condujese en dirección a Mandanda hasta que, una vez vencido el portero francés, mandase el balón a la red con un toque leve y sutil.

El Atleti marcó clara la diferencia, castigó el error ajeno y abrió el tiempo de un nuevo partido. Recolocó con el gol su lugar en el encuentro, en la final, en el mundo. Volvió a creer en su presión y convirtió al Marsella en un equipo menor. Emergió Koke, omnipresente, Gabi, rejuvenecido, y poco a poco todas las piezas empezaron a encajar. La imprecisión de Correa fue disimulada por su incansable trabajo. Costa seguía con su labor de zapador en la línea defensiva marsellesa, Griezmann, estrella abnegada de este equipo, sacrificaba veinte metros su juego y hacía todo bien: corría para atrás, tocaba, corría para adelante. A la media hora de juego, Payet cayó lesionado y fue sustituido por Maxime Pérez y ese cambio terminó de deprimir al Olympique, que confiaba a la calidad de su diez la posibilidad de levantarse de nuevo.

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Griezmann culminó un partido perfecto. Foto: clubatleticodemadrid.com

En la segunda mitad, el Atleti salió decididamente a por el título. En el minuto cuatro, una asistencia de Koke a Griezmann hizo contener el aliento en el estadio. El francés se internó en el área con el balón cosido a su zurda, dejando rivales en su estela y, frente a frente con Mandanda, volvió a batirlo con un toque que hacía sonar música de violín. Explotaba el fondo rojiblanco. Marsella empezaba a preparar el entierro. El Atleti se convirtió en un gigante que engulló al rival y a la propia competición, parecía encontrarse en el lugar inadecuado. Cualquier intento marsellés moría en la contundencia defensiva de Lucas por la izquierda, Giménez y Godín impecables, también Juanfran, que salió tras el descanso en sustitución de un dubitativo Vrslajko, que fue amonestado muy tempranamente. Se gustó el Atleti con el balón, tocó con suficiencia, penetrando por la derecha, con Antoine desatado, apareciendo en todos sitios. Faltó a los de Simeone precisión en el último pase para haber culminado una goleada escandalosa, pero al Atleti le bastaba con eso, con mover el balón, sentirse seguro con los franceses muy lejos de la portería de Oblak.

En el ochenta tuvo el Olimpique su arreón final. Un cabezazo de Mitroglou podía haber puesto la zozobra en los minutos finales pero el palo escupió el lanzamiento del jugador griego. La ocasión espoleó al Marsella que se afanó en un último intento que murió rápido, en una contra perfecta en tres toques que a buen seguro hizo sonreír al sabio de Hortaleza desde su tribuna del tercer anfiteatro; Griezmann, Costa y Koke, que puso la pelota en los pies de Gabi para hacer el tercero y enterrar así el viejo fantasma de Lyon.

Quedaba el añadido en el que entraba Torres para pisar la hierba y firmar el final con el que siempre soñó, desde que era un niño y jugaba en aquellos maltrechos campos de tierra. Salió Fernando, corrió y se preparó para levantar la Copa que era su deseo irremplazable. Llegó la justicia, diecisiete años después de que aquel chaval pecoso saltase al césped del Calderón para despertar la ilusión de una afición deprimida, todos saldaron las cuentas pendientes esa noche; la gente agradeciendo, el Niño levantando ante ellos su Copa más valiosa, de entre todas las que consiguió ganar.

Salió el Cholo de su jaula de cristal para gritar su felicidad al mundo y en ese gesto desbocado del argentino, el entrenador de la insistencia sonreía sabedor de que su discurso, repetitivo, es el único posible para este equipo. En el año más difícil, en un campo recién estrenado, sin poder reforzar la plantilla, con un escudo extraño, una plantilla corta, juntó a todos y volvió a crear un equipo campeón. La nueva generación ya ha ganado su primer trofeo. La primera regeneración de Simeone se ha hecho desde el triunfo, no desde la excusa, desde la convicción absoluta de que ha llegado a este equipo para cambiar su Historia para siempre. Para devolverlo al lugar más alto en el que alguna vez estuvo. Simeone está en el trono de los elegidos. Su Atlético de Madrid, vuelve a ser campeón.

En la resaca de la noche, sonó Rosendo en el Parc Olympique Lyonnais, «maneras de vivir», un broche perfecto para explicar a Europa lo que representa el Atleti, una manera única e inigualable de vivir.

 

Fotos: clubatleticodemadrid.com

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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