Hay un curioso debate en el sur sobre si es el calor o la calor y no todo el mundo se pone de acuerdo, en lo que no podrá haber discusión alguna es en que con treinta y ocho grados de temperatura jugar un partido de fútbol es poco menos que una temeridad, pero ya se sabe que aquí importan poco este tipo de cosas, lo único esencial es que el show debe continuar, que el dinero tiene que seguir pasando de mano en mano en este negocio que van a explotar hasta sus últimas consecuencias, sin ningún tipo de visión.
Así arrancó el partido en el Villamarín, con casi cuarenta grados y un once en el que Simeone había alternado a Memphis por Morata y había hecho un movimiento extenso para suplir la baja de Koke, cuya sombra es demasiado alargada: Azpilicueta a la derecha, Llorente al medio y Witsel de central. El partido fue un bodrio infumable, apenas algún tiro a puerta que no merece casi ni ser reseñado. Los jugadores parecían abotargados por el clima, aquello no era fútbol, era una ficción a cámara lenta en la que todos parecían de acuerdo en dejar el tiempo pasar. El Betis, tal vez mejor aclimatado, dominó la pelota en la primera parte, pero fue incapaz de hacer daño a un Atlético de Madrid que caminaba y caminaba sobre el césped.

En la segunda parte refrescó, se bajó a los 35 grados, Simeone empezó su carrusel de cambios, primero Barrios por Llorente, después, renovó todo el ala izquierda sacando a Lino y Saúl por Carrasco y Lemar, que habían perpetrado un partido infame, lleno de abulia pero también de imprecisiones, de fallos impropios. Entró también un errático Morata para realizar el habitual recambio de delantero. Bajo la dirección del canterano el Atleti mejoró, fue a por el partido, pero el ritmo no alcanzó las cotas suficientes. Griezmann trataba de engancharse al juego, de bajar a recibirla, de pegarse más a Morata para estar cerca de la finalización, hubo arreones que no fueron suficientes y al final el punto puede darse por bueno por lo que se vio en el césped. Nadie podrá poner el calor como excusa, porque el negocio obliga, y las altas temperaturas son para todos, pero los aficionados, que también las sufrieron, se fueron a su casa con un sofoco, el riesgo de un golpe de calor, un partido terrible en la mochila y la sensación de que no es tiempo de estar jugando la segunda jornada de Liga, sino de acercarse al Carranza pasadas las diez de la noche a ver los trofeos veraniegos de toda la vida.