Gabi, capitán eterno

Nadie se imaginaba lo que iba a pasar años después. Ni siquiera el propio Gabi. Aquel verano de 2007 los caminos del de Leganés y el Atlético de Madrid se separaban con la misma decepción que la de dos enamorados que entienden que en ese momento su relación está acabada. Ambos comprendieron que en esas circunstancias no eran compatibles y que lo mejor era decirse adiós. Así, el entonces joven canterano del Atlético de Madrid marchó a Zaragoza con la misma ambición que los cadetes militares, deseosos de comerse el mundo y hacerse hombres. Y vaya sí se hizo hombre. Gabi supo ganarse a la ciudad del Ebro pronto y fue uno de los pilares básicos para conseguir la permanencia en varias ocasiones.

La vida muchas veces nos tiene reservadas sorpresas y alegrías inesperadas. En el 2011 volvió a sonar su teléfono móvil y volvió a su casa. No dudó, cuando el amor de tu vida llama a la puerta acudes a él con la determinación de quién sabe que, sea cual sea el final, habrá merecido la pena. No pasó mucho tiempo desde que llegó hasta que logró forjar un carisma de verdadero líder. Ahí fue cuando se colocó el brazalete que llevará tatuado de por vida. Brazalete que portaba en el mismo momento que varios compañeros de equipo y cuerpo técnico lo aupaban frente al fondo Norte del Bernabéu. Allí, bandera atlética en alto, nos dejó una foto para la posteridad. Cómo si de un soldado en Iwo Jima se tratase, Gabi alzó la seña de todo recluta atlético para deleite de su gente que poblaba e hizo suya aquella grada y, porque no decirlo, aquel estadio. No era para menos, el Atlético había vuelto a ganar un derbi que se le había atragantado desde hacía mucho tiempo. Fuimos varios los que crecimos viendo a nuestro equipo doblar rodilla ante el eterno rival año tras año y vimos aquello como una forma de redención ante él. Aún recuerdo la llamada de mi padre aquel día. No hablamos del trofeo ni del partido, la primera frase que me soltó fue: «ya nos has visto ganarles a estos.» 

Y sí, lo vi. Y a Gabi levantando esa copa al cielo de Madrid como preludio de lo que estaba por venir. Un periplo de victorias y ajustes de cuentas. Y cruentas derrotas que nos devolvían de nuevo a la realidad, a la vida misma. Victorias morales como la de aquella última noche europea en el Calderón con la sonrisa eterna del 14 bajo el aguacero mientras su gente, calada hasta los huesos, daba cuenta al mundo de lo que es el Atlético de Madrid.

En un fútbol de tatuajes, peinados estrafalarios y extrañas lesiones musculares, hacen falta más Gabis. Tíos capaces de responder elegantemente en una entrevista, de dar cuatro voces al compañero en el campo y de jugar, si ha de darse, con una costilla partida, a espaldas de todo el mundo. Personas que defienden al club sobre el césped pero que no olvidan, y ayudan, a los que lo hacen desde la grada. Como en aquel desplazamiento a Getafe. Tíos que entiendan la filosofía del club al que defienden y lleven al máximo el lema “Coraje y Corazón». Sirvan estas líneas como muestra de respeto y agradecimiento a quien dio una vez la vida por esta camiseta sobre el verde y que, estoy seguro, la dará en cualquier ámbito. Porque Gabi es lealtad. Gabi es Eterno Capitán. Gabi, es Atleti.

Foto: Getty Images

Autor: Marcos Martín

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