Vuelve La Liga. Vuelven los regates de fantasía, las gambetas mágicas, los disparos al larguero y las paradas imposibles. Vuelven los fueras de juego, los penaltis y las polémicas arbitrales. Vuelven los debates absurdos que llenan espacios televisivos, las quejas y las dudas en las redes sociales.
Regresa el “¿Qué día jugamos esta semana?” de mi padre y los gritos a la tele entre tragos de Mahou. Ya están aquí los piques por whatsapp con amigos madridistas y las controvertidas charlas con amigos. Vuelve el Atleti, pero aún queda mucho para que vuelva el fútbol. Aún queda para los abrazos de gol y para saltar agarrado al de al lado. Aún falta para volver a ondear bufandas, apurar una cerveza en una previa o volver a ver a tu gente en los alrededores de un estadio. Aún queda para que los fondos de los estadios vuelvan a ser la banda sonora de este deporte.
Todavía falta para que las hinchadas se desplacen en masa por el panorama nacional e internacional. Para volver a admirar un tifo con la ilusión y pasión de quien ve por primera vez una obra de arte en un museo. Para tararear durante toda la semana esa nueva canción que has escuchado en el estadio o para hacer cola y conseguir esa bufanda nueva que tanto te gusta. Las Ligas vuelven, el espectáculo del futbol vuelve, pero la esencia del mismo, el verdadero espíritu aún está esperando para volver a la luz.
Volveremos a ver partidos por las televisiones, pero como sucedió hace unas semanas con la Bundesliga serán encuentros fríos y apagados. Faltará ese actor tan importante al que pocas veces se le da el reconocimiento que merece, la afición. Esa multitud que es capaz de dar colorido incluso en partidos infames. Tendremos nuevamente en nuestras pantallas los mismos estadios, las mismas rayas pintadas sobre el verde del césped y los mismos jugadores, pero creedme si os digo que no tendremos la sensación de estar viendo futbol.
Decía Galeano que “jugar sin hinchada es como bailar sin música” y pronto muchos se darán cuenta. No es fútbol, es la liga.