Tras una década desastrosa, los que habíamos vivido varias semifinales de Recopa y UEFA del Atleti en los 90 pero éramos demasiado pequeños para haber podido ir a la de Lyon en el 86 habíamos perdido la esperanza de ver al Atleti ganar un título europeo. Y entonces apareció Quique Sánchez Flores y Forlán. La mano de Perea en Turquía, los goles del Kun en Lisboa, el agarrón de Juanito Cigic, el gol de Forlán en Anfield y allí nos vimos en Hamburgo.
Madrugón para el chárter, la mañana por los mercadillos de la cerveza de la ciudad del Norte de Alemania, después de comer a la fanzone en ese barrio hermanado con el barrio rojo de Amsterdam, el metro hasta el estadio con las aficiones mezcladas, el paseo por el bosque hasta llegar al Hamburgo Arena. Allí estábamos, una Final europea, parecía un sueño, pero estábamos confiados, el Fulham no parecía rival. Los del Atleti nunca hemos sido de ir confiados, pero esa tarde en la fanzone pocos eran los que pensaban que podíamos perder.
Saltaron los equipos al césped y empecé a llorar como un niño, no me creía que estaba viendo al Atleti en una Final Europea, me emocionaba más vivirlo que el hecho de poder ganar. Empezamos animando mucho y marcó Forlán, nos relajábamos, ya estaba hecho, estaba claro que íbamos a ganar, solo era esperar el momento. Pero al poco empataron los ingleses y los minutos pasaban y no llegaba el segundo, la cosa se iba poniendo fea. Con la prorroga podía pasar cualquier cosa y “por favor penaltis, no”, nuestra primera final europea no íbamos a aguantar vivirla a penaltis.
Entonces el Kun corrió para que un balón no saliera por la línea de fondo, la puso en el área y desde el fondo contrario no vimos como la remató, pero tras tocarla Forlán el balón besaba las redes. Explotó la locura, el Atleti era campeón, increíble. Increíble poder vivir aquello. Luego llegaría el caos del aeropuerto, pero eso daba igual, el Atleti volvía a reinar en Europa.