Dos abonos prestados, una tarde sin plan y ganas de conocer otro estadio, así me plantaba hace unos años en el Bernabéu. Uno ya iba con la lección aprendida de antemano, a pesar de convivir en la misma ciudad la idiosincrasia de ambas hinchadas es totalmente opuesta. Aún así me sorprendí. Lejos del ambiente de barra de bar, cubatas y tercios de los alrededores del Manzanares, los aledaños del Bernabéu eran una mezcla de bares de postín, gin tonic con todo tipo de toppings y gente arreglada.
La llegada de su autobús no hizo cambiar nada del ambiente sosegado y mercantilista que estaba viendo. Una nube de móviles y cero cánticos disparaban flashes que se reflejaban en las lunas laterales. Apenas se dejó oír algún grito hacia el jugador de moda en aquel entonces. Dentro del estadio la cosa no mejoraba, stands de Codere por doquier, mucha corbata y apenas alguna bufanda que daba color a una grada íntegramente apagada.
Con el primer gol, un golazo por cierto, pensaba que la cosa podría mejorar. Me equivoqué. El tipo de mi izquierda no hizo ademán siquiera de levantarse, al contrario, se lamentó de que el goleador no hubiese dado un pase fácil. Poca pasión y mucho entrenador frustrado. Salí antes de que el árbitro pitase el final. Lo que vi en esa grada no era fútbol. Quizá teatro, circo o simplemente puro espectáculo clientelar, pero jamás fútbol. Me sentí Rosendo en un concierto de Pavarotti, tenía ante mí a uno de los grandes de Europa pero no disfruté nada.
¿Qué porque suelto este tocho? Porque después de lo que vi el día del Granada creo que estamos encaminados a ser una copia barata de eso que vi hace tiempo y que juré no ser jamás. En ese partido hubo elementos que protestaron porque en una grada de animación existan elementos de animación, valga la redundancia. Hay gente que protesta porque en una grada dedicada a apoyar al equipo se anime. En ese dichoso partido, mientras el equipo estaba pasando un mal momento, desde la grada no se escuchó un apoyo, no se siguieron los cánticos de aliento de los que siempre alientan. Bien al contrario, cuando los nuestros estaban mal, algunos silbaron a los suyos. Jamás creí en un fútbol alejado de la pasión y donde el aficionado no tenga un papel en el desarrollo de un partido. Jamás pensé que nuestro Atlético de Madrid fuera a perder su esencia.
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14 febrero, 2020
Así está la cosa, recuerdo que en Valencia a Héctor Cúper le «apedrearon» y se tuvo que marchar después de llevar al Valencia a dos finales de Champions.
En fin, te pongo de ejemplo San Mamés, por algo es la catedral, allí es el público el que lleva en volandas al equipo cada vez que el balón pasa del medio del campo.
Saludos