Son estos tiempos extraños, veníamos poco a poco y ahora de repente despidiendo a aquellos que fueron bastión de un tiempo único, que nos acompañará para siempre. Nos sucede de cuando en cuando en la vida, miramos atrás y vemos aquello que se ha perdido. Los primeros pasos del bebé, aquella mirada suya, tierna, inocente, casi imaginada porque la memoria es también inteligente. Las palabras del niño que no entiende y que ya no existe, porque se hizo mayor. Los tiempos de vino y rosas, donde no existían relojes. El cabezazo de Godín, que abría una puerta que parecía imposible, el de Miranda, que desató la rabia de una generación entera que padecía un oprobio eterno. Todo aquello sucedió y no ocurrirá de nuevo, no al menos de esa forma. La rueda de la vida avanza y tratamos de creer que el futuro, como dijo Gabi, nos deparará algo mejor, de qué otra manera se puede vivir si no. Y sin embargo.
La nostalgia y el futuro son entes abstractos y poéticos, que es toda la concreción que a mí me aferra a la vida; duda, poesía, y algún gol desesperado. Decía Luis García Montero que la nostalgia más honda no tiene que ver con el pasado sino con el futuro: “siento con frecuencia la nostalgia del futuro, quiero decir, nostalgia de aquellos días de fiesta cuando todo merodeaba por delante y el futuro aún estaba en su sitio”. Aquellos tiempos en los que los niños estaban en sus cuartos cuando se apagaban las luces del hogar, y se repartían los besos más dulces que hemos dado nunca y ganábamos la Liga y perdíamos la Champions, pero no sabíamos todavía lo difícil que sería volver ahí.
El futuro estaba en su sitio pero ahora parece que nos alcanzó, con toda su incertidumbre, con toda la nostalgia de lo que dejamos atrás. Y sólo hay ruido en torno a él, fichajes, nombres, hombres, promesas vacías, quejas, rencores mal curados. No queda nada, sino el recuerdo de lo que éramos, aunque bien mirado quizás con eso baste, pues todavía está con nosotros el arquitecto de este tiempo que cabalga hacia el futuro cargado de nostalgia. Tal vez baste eso para llegar de nuevo, saber que Simeone está en casa, que papá va a apagar la luz, o encenderla de nuevo, si eso acaso fuera eso lo que hiciera falta.
Foto: Rubén de la Fuente