Por primera vez desde que Simeone es entrenador del Atlético, la temporada para los rojiblancos ha terminado en marzo. Tan lejos del liderato como del quinto clasificado y eliminado de las dos competiciones coperas, quedan dos meses y medio por delante donde los protagonistas sólo pueden ser la frustración y los rumores de entradas y salidas.
La realidad es que la temporada no ha cumplido las expectativas infundadas a principio de temporada principalmente por el escenario de la final de Champions. Más allá de eso, es complicado rescatar algún tramo del año en el que el equipo de Simeone haya ilusionado pese a que en algún partido suelto parecía que sí. En Turín, era más probable ver lo que se vio que repetir lo ocurrido en la ida. Aunque no se quiso aceptar, se veía venir.
A una incongruencia entre fichajes e idea, se le ha unido el desgaste de algunos jugadores jóvenes y veteranos, que, si creen en Simeone, lo han disimulado bien en algunas partes de la temporada o directamente, han ido tirando una y otra oportunidad para asentarse en el equipo. Si no se cambia la idea, algo difícil porque la idea es Simeone y el Cholo siempre acaba volviendo a sus principios, habrá que cambiar el perfil de los fichajes. Ni Gaitán ni ahora Lemar han demostrado ser lo que el Atleti necesitaba para tener un plus de competitividad en un equipo competitivo de por sí. En definitiva o se juega a otra cosa, o se ficha para jugar a lo que implantó el argentino y tanto éxito dio.
Desde que el equipo tocara techo en 2016, obviando que su mejor nivel fue en 2014, empezó un declive que ya sea por orgullo o por incapacidad, no se ha detectado hasta ahora, cuando un golpe de realidad ha azotado a una afición que creyó que en la excepcionalidad de unos años estaba la normalidad del club. Sin que esto haya sido así nunca.
El adiós de Simeone no es ni debería ser una opción pero precisamente, lo conseguido por el Cholo debe servir para renovar el equipo sin que el equipo se resienta. El problema es que para ello es necesario tener un rumbo claro y desde la fatídica noche en Milán, el Atleti deambula sin saber qué quiere y necesita, y ha sobrevivido por las rentas de un grupo que tardará años en verse superado dentro de la historia rojiblanca.
Es mucho más fácil la revolución desde el fracaso que desde el éxito, desde un fin de proyecto que desde una continuidad de proyecto. Por ello, quizás sea hora de algunos adioses tan dolorosos como necesarios antes de que la frustración que rodee al club sea insalvable.
No se trata de cambiar de idea, se trata de apostar por ella desde la primera decisión que se tome planificando la próxima temporada. Y ahora es el momento de decidir qué idea se quiere implantar, si realmente se quiere ser un equipo como el que dominó en 2014 o se quiere buscar algo diferente. Lo único que no se puede hacer es pretender ser el equipo de 2014 habiendo iniciado la temporada con la idea de ser algo distinto porque el equipo y la afición se topan con un quiero y no puedo constante durante la temporada. El Atleti ni tiene ni debería tener la obligación de pelear cada uno de los títulos pero sí tiene la obligación de tener identidad. Saber qué se quiere ser es el primer paso para serlo y desde hace un par de temporadas, el Atlético no sabido qué quiere ser. El Cholismo ha muerto. Viva el Cholismo.
Foto: atleticodemadrid.com