Nos acercábamos al final del año 2011. El Atlético de Madrid, entrenado por Gregorio Manzano y, no lo olvidemos, con el gran Radamel Falcao en sus filas, transitaba con la mediocridad más absoluta en la Liga y acababa de protagonizar uno más de los ridículos a los que, desgraciadamente y hasta la llegada de Simeone, nos tenía acostumbrados la gestión de Enrique Cerezo y Miguel Ángel Gil Marín: la eliminación de la Copa del Rey ante el Albacete, un equipo que militaba en Segunda División B por aquel entonces.
Aterrorizado ante la opción de ser criticado y silbado por la grada, el dúo se agarró al único clavo ardiendo que podía quedarles: la contratación del citado Diego Pablo Simeone como entrenador. Y digo ‘clavo ardiendo’ con todo el sentido del mundo porque, que nadie se engañe: el Atlético de Madrid no ficha el Diego Pablo Simeone entrenador, todavía bastante inmaduro y capaz tanto de hacer campeón a un equipo mediocre como Estudiantes como de descender a un histórico como River, que debe ser todavía mucho más difícil. El Atlético de Madrid ficha al Diego Pablo Simeone que conoció y disfrutó como jugador (duro, peleón, motivador, comprometido) con la esperanza de que estas virtudes den en el banquillo el mismo resultado que dieron en el terreno de juego.
Más allá de cómo (de bien) está resultando finalmente la historia, quisiera detenerme hoy en un detalle y en una frase que le dijo Simeone a Miguel Ángel Gil cuando se hizo cargo del equipo: “Te prometo que haré un equipo incómodo”. Y a fe que así ha sido, sobre todo en los primeros años: un equipo duro, rocoso, extra-motivado y al que costaba (y muchas veces sigue costando) un mundo hacerle un gol. Por mucho que a algunos les pese y otros quieran engañarse (o engañarnos), el Atlético nunca ha tenido (en la época reciente), tiene ni parece vaya a tener, a corto plazo, calidad suficiente para enfrentarse a un Real Madrid o a un Barcelona. Si quería competir con ellos debía ser en base a otras virtudes: al esfuerzo, al compromiso y a ese ‘otro futbol’ de que tanta hablaba Luis Aragonés.
Jugadores como Juanfran, Miranda, Godín, Gabi, Raúl García o Diego Costa eran tipos perfectos para desarrollar ese concepto de juego y basado en ellos y siempre dentro del reglamento (fundamental subrayar esto), el Atlético se convirtió en aquello que se dio por llamar ‘los mejores hijos de puta del mundo’. Y, en gran medida, en base a eso (otra vez, que nadie se engañe), el Atlético logró los cinco títulos que adornan el palmarés de Simeone. Pero, como nada es eterno en la vida, en el verano de 2014, abandonaría el club Diego Costa y en el de 2015 lo harían Joao Miranda y Raúl García; el brasileño, porque el club entendía tenía ya 31 años y era la última ocasión de sacar un buen dinero por él; y el navarro por razones que la parroquia atlética nunca ha acabado de entender muy bien.
Había llegado aquel verano Luciano Vietto y Ángel Correa se había incorporado definitivamente al equipo tras su problema cardíaco; jugadores, ambos dos, que competirían con Raúl por el puesto de segundo delantero y, otras virtudes al margen, con bastante más calidad que el navarro. En el famoso ‘entorno’ (que decía Johan Cruyff) se repetía el (falso) debate de si el Atlético tenía jugadores para jugar otro tipo de fútbol; y digo ´falso´ porque jugadores, posiblemente, sí que los tenía, pero opciones reales de ganar títulos con otro tipo de fútbol, ninguna.
Ante la llegada de los dos argentinos y el consecuente exceso de ´segundos delanteros´, Simeone, nunca sabremos si por convencimiento propio o por la presión externa (cosa que extraña en un tipo de tanta personalidad), comunica a Raúl García que “le quiere en el equipo, pero que la competencia es muy fuerte, que jugará menos minutos que otros años, que entendía si se iba a un Athletic de Bilbao que casi le garantizaba la titularidad…». Y el navarro hace las maletas rumbo al norte de España. Y ni Vietto ni Correa consiguen llenar su hueco, ni en goles, ni mucho menos en garra y lucha. Y el Atlético de los últimos dos años, que ha puesto de manifiesto nuevas y desconocidas virtudes, ha perdido, indiscutiblemente, esa garra y ese ‘meter la pierna’ o ‘ir al choque’ (insisto, siempre dentro del reglamento) que aportaban los Raúl García, Costa, Miranda y que hacía ganar muchos puntos.
Llegado a este punto, uno no puede dejar de preguntarse si fue un error abrirle la puerta al navarro. Y cierto es que es muy fácil afirmar las cosas a toro pasado, pero la respuesta parece obvia. Quien tenga oídos, que oiga (o que lea, en este caso).
Foto: REUTERS/Sergio Perez
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