Carta de despedida a Gabi

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán! Nuestro viaje ha terminado,
el barco ha sobrevivido a todos los escollos,
hemos ganado el premio que anhelábamos,
el puerto está cerca, oigo las campanas, el pueblo entero regocijado,
mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave.

Walt Whitman

Estimado capitán, mi capitán:

Nuestro viaje juntos ha terminado. Llegó la hora de partir. Y créeme, cada despedida se hace más difícil. El escudo (nuestro escudo), el Calderón, Fernando… y ahora, tú. Bien sabes que al hincha rojiblanco, cuando le cambian tantas cosas, acaba por no identificarse con nada. Y el brazalete, ese brazalete que ya estaba tatuado en tu piel, te pertenecía. Nadie lo ha defendido y honrado mejor que tú, don Gabriel. Hasta los más viejos del lugar lo afirman. Aquellos que se emocionaron con las carreras de Collar, que se levantaron con cada corte de Calleja, que corearon el nombre del eterno Adelardo o que festejaron como nunca el ‘Doblete’ de la mano de Tomás. También fueron aquellos que se agarraron a las galopadas del joven e impetuoso Fernando, aquel que despuntaba mientras tú te hacías un hueco en el club de tu vida.

Porque tú jamás quisiste ser futbolista; querías ser futbolista del Atlético de Madrid. Y eso, para los que sentimos esta pasión como tú, es algo completamente diferente. Tu ímpetu y tu determinación te permitieron sobrevivir a todos los escollos. Desde que tu papá te inculcara el sentimiento rojiblanco, nada te frenó. Jamás te importó tener que bajar al barro o dejarte las rodillas en la aspereza de los campos de tierra. Quizás no tenías el talento de otros, pero sí la voluntad y la ambición de llegar a jugar en tu Atleti. Por tu cabeza solo vislumbrabas el sueño de pisar el Vicente Calderón algún día, de abandonar la humildad de San Nicasio para alcanzar la magnificencia del Manzanares. En cada sueño, en cada viaje con la ‘camioneta’ (el autobús urbano con el que tu padre cubría la línea entre Getafe y Leganés), te veías con la zamarra colchonera.

Costó llegar, pero más costó regresar. Fuiste una de las estrellas de esa cantera que renacía a finales de los 90. Sin embargo, te tocó marchar para volver con más fuerza. Retornaste en silencio, sin focos apuntándote. A fin de cuentas, siempre fuiste un tipo comedido. Nunca te vanagloriaste ni sacaste pecho por lo conseguido. Agachabas la cabeza y seguías trabajando. Una y otra vez. Porque nunca era suficiente para ti, aunque ya nos hubieras dado demasiado. Quizás por eso, por ser tan modesto y normal, no quisiste un adiós con todos los honores. Porque merecías más. Sabes que merecías más. Tú y la hinchada, con miles de gargantas y voces entrecortadas por el llanto coreando tu nombre.

En estos años contigo hemos ganado el premio que anhelábamos. Desde que Antonio te cediera la capitanía, nuestro Atlético ha vuelto al lugar que nunca debió abandonar. Años de triunfos, de celebraciones y de algún que otro sinsabor. Pero para los que venimos del Infierno, nada es demasiado amargo como para no superar cualquier mal trago residual. Tú con nosotros, nosotros contigo. La nuestra ha sido, es y será una unión idílica. Por eso, cuando me enteré de tu salida, confieso que me sentí abatido. Porque al Atlético de Madrid lo amamos por lo que es, no por lo que tiene. Y tú, querido Gabriel, eres Atlético de Madrid. Formas parte de su esencia, inherente a todos los que llevamos el escudo por dentro de la piel. Tu marcha es más dura que cualquier derrota. Primero, por el vacío que dejas. Segundo, por lo inesperada de ésta.

Tenemos ese maldito vicio de querer parar el tiempo y eternizarlo todo. Pero no. Los años pasan y nada es para siempre. Tienes 35 años, eres papá de dos hermosos niños y dejas un Atlético campeón tras ser uno de los héroes de la final de Lyon. Siempre tomaste las decisiones con el corazón de un hincha. Ahora te toca pensar con la cabeza de un padre de familia. Merecías como nadie decidir el cuándo y el cómo. Mi egoísmo me pide que lo intentes una vez más, que esa maldita copa que vendrá este año a casa debe ser alzada por tus manos. Sin embargo, hay trenes que, seguramente, no vuelvan a pasar en la vida. Te vas en lo alto y con la conciencia tranquila por el deber cumplido. Nunca es buen momento para partir, pero quizás este sea el más adecuado.

El final ya está cerca. Oye las campanas, Gabi. Ahora que te marchas, el pueblo entero te aclama regocijado. Obsérvalo firme, orgulloso, como en esa última estampa de la final de Lyon en la que esbozabas una leve sonrisa mientras contemplabas la felicidad de tu grada. Escucha el eco de su voz en el mar. Te llaman, te recuerdan, ya te anhelan. Por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos. Lloran tu marcha, pero saben que volverás. Porque nunca te habrás ido realmente. Te esperamos en Madrid para una nueva vuelta. El Atleti te necesita. Hasta pronto, capitán. Mi capitán.

Autor: David Gómez

Alcarreño. Adicto a la buena música y a la escritura. Estudiando y haciendo periodismo con un micrófono y un papel. Esclavo de una pasión llamada Atlético de Madrid.

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