No one likes us, we don’t care. Ese icónico lema que representa a la hinchada del Millwall bien podría resumir el recorrido histórico de la afición del Atlético de Madrid. No le gustamos a nadie, pero no nos importa. Y cuando un servidor dice nadie, es nadie. Conviene enfatizar eso porque, en las últimas semanas, hemos contemplado con estupor el espectáculo dantesco que se ha perpetrado contra esa masa incondicional de fanáticos rojiblancos. Desde las injustificadas cargas policiales contra el Milan hasta la ausencia de información del propio club sobre el viaje a Oporto, no es de extrañar que el colchonero se sienta un apestado. Llegados a este punto, tampoco supone una sorpresa. Pero no por ello vamos a dejar de denunciarlo. En nuestro ADN no se contempla poner la otra mejilla.
Todo comenzó en aquella gélida velada frente a Osasuna. De aquel encuentro en el Metropolitano se podría haber dicho que era, como la película de Oliver Stone, un domingo cualquiera. Pero no para Patricia. Una supuesta aficionada de Osasuna lanzó la voz de alarma en las redes sociales denunciando el trato vejatorio y amenazante de varios aficionados rojiblancos. «El Frente», en palabras de ella. Los medios vascos no necesitaron mucho tiempo para crear de aquel bulo una pretenciosa historia.
«Miente, miente que algo queda». Y quedó. Vaya si quedó. Tres días después, los antidisturbios (curioso nombre para quienes se encargaron de iniciarlos) decidieron cargar indiscriminadamente en los aledaños del estadio por una bengala encendida. Las imágenes de familias y niños apiñados contra los muros del Metropolitano hablan por sí solas. Al hincha del Atleti le habían partido la cara -literalmente-, pero ni la SAD ni la (des)Unión de Peñas salieron a condenar lo sucedido. Tampoco lo harían cuando, el sábado en Cádiz, la Policía amenazó con expulsar a los aficionados desplazados que se levantaban para alentar a su equipo. A esos honorables fanáticos apenas los saludaron cinco futbolistas de la plantilla. No es una cifra desdeñable si se tiene en cuenta que, en Mestalla, únicamente lo hicieron Koke y Oblak.
De protestar contra los abusivos precios establecidos por el Real Madrid y el Sevilla para la hinchada rojiblanca, ni hablamos. Por un lado, se puede comprender que ni merengues ni hispalenses quieran que los aficionados atléticos ejerzan, una vez más, la localía de facto en su propio feudo. No es plato de buen gusto que vengan de afuera a romper el silencio de sus gradas. Lo que sí que no es de recibo es que ni la Liga ni el club damnificado se planten ante esta situación de agravio. Todo ello, mientras la Premier ha aprobado mantener el precio único de 34 euros para todas las hinchadas visitantes durante el próximo año. Tal vez, y solo tal vez, el silencio cómplice del palco se entienda porque ellos también se lucran con esta demencial situación. Aquí, como siempre, solo pierde el aficionado.
Y han sido los aficionados -exclusivamente los aficionados- los que han conseguido planificar el desplazamiento masivo a Oporto pese a la inacción y a la desinformación del club. Mientras el Porto resaltaba que solo hacía falta un test negativo para entrar a su estadio, el Atlético de Madrid comunicaba a sus hinchas que se exigía la pauta completa de vacunación. Ver para creer. Para más inri, ha tenido que ser el propio Frente Atlético el que organice la realización de test masivos en el Parking Oeste del Metropolitano el próximo lunes. Las medallitas, después, irán para otros, igual que sucedió con la estatua de Luis.
Nosotros, los colchoneros, no somos del Atleti. Nosotros somos el Atleti. Así lo expresaba nuestra ya eterna Almudena Grandes. Nadie supo desgranar como ella la esencia del hincha colchonero. Porque sí: el Atlético de Madrid es su gente. Lo ha sido siempre y siempre lo será. Por eso, es hora de decir basta. Pisotear el gran patrimonio del club implica pisotear al propio club. Desde el humilde lugar que nos corresponde, no lo podemos consentir.
PD: Y de fútbol, como dicen algunos, ya hablaremos otro día.
3 diciembre, 2021
Es peligroso y nada ético defender a ciertas personas incondicionalmente.