Les voy a contar una historia antigua, que sucedió en aquellos años del plomo en los que una generación de hinchas del Atleti crecía sin saber haber visto ganar al Real Madrid. Pese a llevar años perdiendo, a estar convirtiéndonos paulatinamente en un equipo menor, comparsa e indigno, el sentimiento siempre cabalgaba por otro lado. En aquellos tiempos, en las previas de los partidos, elucubrábamos con lo que estaba pasando, repasábamos las recetas, veíamos en vídeo la final del noventa y dos, mirábamos los rostros desencajados de las gradas y en cierta forma, también nos culpábamos, nos decíamos que algo más habría que hacer el domingo. Pero no quiero desviarme de la historia, en aquel tiempo terrible para la relación con el vecino, alguien tuvo la feliz idea de organizar una pachanga Madrid-Atleti en la semana de derbi. Poco a poco fuimos llamando y organizando, hasta que hubimos conformado dos equipos de treintañeros desfondados y tal vez frustrados de no haber podido jugar nunca un partido como ese.
Cuando llegué al vestuario, apenas conocía a un par de jugadores de mi equipo, el resto eran amigos de amigos, incluso conocidos de los que estaban en el otro vestuario vistiéndose de blanco. Nos saludamos, nos presentamos, nos preguntamos de qué jugábamos cada uno y después de hacer alguna broma incómoda, antes de salir al campo, alguien dijo: “chavales, no hace falta decir que de pachanga nada, que nosotros hemos venido aquí a ganar a esta gente por lo civil o por lo criminal”. Ciertamente no hacía falta decirlo pero porque no quedase la duda de que ése fuese el fallo, alguien dijo lo que todos estábamos pensando. Salimos y ahí estábamos, siete tipos semidesconocidos con una amalgama de camisetas del Atleti más bien ajadas pero preciosas. Nos colocamos, nos miramos, y jugamos nuestro derbi.
Cumplimos con precisión con el manual de instrucciones: dimos la primera patada, no recibimos la primera tarjeta porque no había árbitro, y por supuesto también hicimos el primer tiro a puerta. En dos minutos ya sabíamos que íbamos a ganar, porque éramos mejores pero fundamentalmente porque aquello, para nosotros, era algo más que un partido de fútbol. Para nosotros estaba delante el Madrid y esa ficción devoraba toda la realidad. Las carreras se forzaban hasta la extenuación, cada disputa era un paraíso, cada lamento, música para nuestros oídos. Pronto empezamos a escuchar mensajes del tipo “tranquilitos, que parece que estemos jugando la Champions” ignorantes de que obviamente aquello, para nosotros, era mucho más importante que la Champions. Les goleamos, lo hicimos sin piedad, con disciplina, con concentración, volviendo atrás después de cada jugada, disputando cada pelota hasta el final, como si allí estuviésemos poniendo la vida, colocándonos después de cada gol con un rigor del que Simeone hubiera estado orgulloso.
Eran años muy duros, tan duros que tal vez las nuevas generaciones no puedan siquiera imaginarlos, y ahí estábamos nosotros, cobrando nuestras cuentas, haciendo lo que podíamos. Eran años en los que jugar la Champions no podía siquiera imaginarse, no digo ya jugar finales o ser atracado en ellas. Eran años en los que los derbis se perdían antes de jugarse, años en los que hacer siete goles era una ridícula utopía.
Para que vengan a mí a contarme el cuento del amistoso.
Foto: Getty Images
28 julio, 2020
Me siento totalmente identificado con esa historia, aunque no haya tenido oportunidad de vivirla de la misma forma, pero desde mi asiento comparto la satisfacción de aquel momento.
También, a riesgo de ser pesado para unos y llorón para otros (los madridistas), me gusta apuntar siempre que esos «años de plomo», no lo fueron tanto. Primero porque la diferencia de juego entre ambos equipos en muchos de los derbis no se correspondió con el resultado final, segundo porque la propaganda mediática se encargó de sobredimensionar la realidad y tercero, y más importante, porque fueron los árbitros de turno, en dos ocasiones, los culpables de que esa estadística se tome como verdad irrefutable.
En 2007, Daudén Ibañez no permitió que el Atleti ganara al real madrid en el Vicente Calderón anulando de manera inaudita aquel gol a Perea. Le costó nueve años reconocer su error.
En 2009, Fernández Borbalán atracó sin contemplaciones al Atleti en el Bernabéu, en un partido en el que nuestro equipo arrasó al merengue pero no al colegiado, que también jugaba de merengue.
No quiso pitar un penalti al Kun AgÜero y casi al final, se vió obligado a conceder un gol de Huntelaar en fuera de juego para salvar la estadística a la Caverna madridista.
En definitiva, fueron años complicados, pero no tanto como nos han vendido, y es importante que esa generación que crecía en aquellos años valore y no olvide lo que verdaderamente ocurrió.
29 julio, 2020
¡¡¡Competir contra madridistas es fantástico!!! Y ganarles, ni le cuento.
Todos los sábados juego al golf un torneo de un pequeño club que tenemos.
Hay ingleses, irlandeses, noruegos, suecos, daneses….y diez madridistas.
Cuando no gano, miro a ver si hay algún madridista por delante. Si no lo hay, me quedo contento.
Uno de mis coches lo tengo pintado con las rayas rojiblancas y el escudo del Aleti. Es bastante popular. Hasta me han parado los de trafico para hacerse fotos.
En el pueblo tenemos nuestra pequeña peña, la Juan Carlos Valerón. Cuando hay partido grande, nos juntamos en la cafetería de la gasolinera y pasamos muy buenos ratos. Antes solían venir algunos madridistas a dar el «coñazo», en los últimos tiempos, casi no aparecen.
Un día, con más tiempo, me gustaría contar mi «pequeña» relación con el Real Madrid.