Querido y admirado Fernando:
Hace un año fue el Vicente Calderón. Hace unos días, tú. Parece que el hincha del Atlético de Madrid se está acostumbrando a las despedidas. Pero, por más veces que lo vivamos, uno nunca está preparado para decir adiós realmente. Maldita costumbre esta de derramar lágrimas por doquier. Ojalá pudiéramos frenar el tiempo por un instante y que todo se detuviera ahí, contigo galopando por el césped del Manzanares. Pero no. Cada segundo que pasa golpea cruelmente tu conciencia. Te recuerda que su discurrir es incesante e ineludible para cualquiera. También para ti, Fernando. Aunque, como Dorian Gray, conserves la fórmula de la eterna juventud en tu rostro, los años no pasan en balde.
Siempre nos preguntaste por qué. Por qué tanto cariño. Que qué hiciste para merecerlo, nos decías en esa gélida mañana de enero en la que llenamos nuestra casa para verte regresar. Cogiste el micrófono y nos lanzaste la duda, como aquel niño que iba con su padre en el coche y le preguntaba de repente: “Papá, ¿por qué somos del Atleti?”. Nuestra reacción fue la misma. Silencio, mirada perdida en el horizonte y una sonrisa de orgullo y alegría. Porque tú, querido Fernando, eres Atlético de Madrid. Porque nunca hizo falta un título para adorarte. Porque te queremos por lo que eres, no por lo que tienes. Porque fuiste el rayo de luz que daba esperanza a nuestra oscura existencia. Porque tu grito era el de 56 000 gargantas. Porque tus carreras eran el impulso de miles de almas. Porque tus sueños crecieron junto a los nuestros en el ‘Infierno’. Porque ahora, juntos, tocamos el cielo. Porque tú eres uno de nosotros, y nosotros somos de los tuyos.
Probablemente nunca leas estas líneas, pero déjame que te confiese algo. El día de tu despedida, subí al trastero de mi casa y saqué del baúl de mis recuerdos mi primera camiseta del Atlético de Madrid. Era del año 2003, cuando apenas tenía cuatro añitos. Por detrás, tu nombre y tu dorsal aparecían casi despegados por el paso del tiempo. De pronto, las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos y a discurrir por mis mejillas. Ese fue el primer regalo de cumpleaños que recuerdo. Y yo, que de memoria anduve siempre escaso, no puedo olvidar mi inmensa sonrisa de niño al ponérmela por primera vez. Fue la camiseta que siempre lucí en el colegio junto a mi hermano entre tanto madridista. Fue la camiseta que siempre pedía a mi madre que lavara para tenerla lista al día siguiente. Y no, no porque habíamos ganado. Porque bien lo sabes tú, que por entonces ganábamos muy poco.
Fuiste el faro que guio a toda una generación de atléticos. Te seguimos hacia Liverpool, Londres o el fin del mundo. Eras nuestro hermano mayor. Tus títulos eran los nuestros, los que no teníamos por entonces. Todos los niños colchoneros soñábamos con ser como tú. Crecimos con tus goles en Inglaterra mientras anhelábamos verte de vuelta otra vez. Porque sí, mi primera vez en el Calderón fue contigo sobre el césped, en una lluviosa tarde de mayo frente al Betis. Pero no te habíamos disfrutado lo suficiente. Ahora que habíamos vuelto a ser grandes, ahora que festejamos multitud de títulos, faltaba compartirlo contigo. Por eso, cuando el viernes pasado Neptuno nos bañó en lágrimas, sentimos una sensación de alivio y vacío. Alivio, porque el círculo se completó. Vacío, porque la historia de amor se terminaba.
Créeme, no es fácil tu adiós, a pesar de que hayas elegido el momento adecuado. Pero son muchas pérdidas en muy poco tiempo. Se marchó nuestra casa y te fuiste tú. Mientras, por el camino, perdimos nuestro escudo y nuestras rayas. Algunos pensamos que ya no queda casi nada de ese sentimiento que nos conquistó para siempre. Sin embargo, sabemos que este final supone un nuevo comienzo. Desde hoy, ya contamos los días que quedan para volver a verte. Quizás como hincha, quizás como presidente. Pero volverás. Seguro que volverás, como ya hiciste antes, para rescatarnos del abismo y salvaguardar la esencia de lo que siempre fuimos y de lo que siempre serás: el Club Atlético de Madrid. Hasta pronto, Fernando.
Foto: Rubén de la Fuente