El Atleti comenzó a ganar el partido dos horas antes de empezar a jugarlo, cuando el autobús tomó la rotonda de la plaza de Grecia y de repente una ristra de estandartes de fuego se izaron al cielo para convertir los últimos metros al estadio en un paseo por el infierno. Ardió Madrid y bajo las llamas retumbaban los gritos antiguos del Calderón. La llegada al estadio fue acicate o tal vez explicación, unos se reconocieron en los otros, todos supieron de repente cuál era el camino para volver a ser los de siempre.
Sobre el césped, Simeone sorpendió a Klopp con la titularidad de Lemar y también la de Vrsaljko. El Liverpool, que ya casi había olvidado la manera en la que se pierde un partido de fútbol se vio de repente, apenas empezado el choque, con el gol en contra de Saúl. Un saque de banda, un mal remate de Savic, un rechace, y el oportunismo exquisito del canterano del Atleti que con pierna derecha fusiló a Alisson para poner por delante a su equipo. El Liverpool, vigente campeón de Europa, campeón virtual de la Premier, mejor equipo del mundo, acababa de encajar la china en su zapato. Uno a cero frente a los de Simeone, que desde que el fuego encendió el atardecer de Madrid, volvía a ser lo que fue.
El Atleti reculó y esperó al Liverpool en su mejor versión defendida. Apostando todo al bloque bajo para evitar las transiciones letales de los ingleses, entregó la pelota y la presión al rival, y esperó en un perfecto ejercicio defensivo. Destacó Felipe, auténtico jefe de la zaga, también Lodi, a quien todos veían de suplente en esta noche dura y terminó siendo el hombre del partido, pero por encima de todos destacó un hombre, argamasa mágica de este equipo: Koke, omnipotente, omnipresente, multiplicaba su presencia, doblaba esfuerzos, hacía la cobertura aquí y allí y cuando la pelota caía en sus pies lograba dar la pausa que el equipo no encontraba ante la asfixiante presión del Liverpool. Los de Klopp se mostraron como un equipo poderoso, que jugaba en campo ajeno, basculando de un lado a otro, tratando de hacer muy largos sus laterales, con mucha movilidad en los puntas pero que, superados los tres cuartos, se encontraba con la disciplina pétrea del Atleti, que no concedía un metro, un resquicio, una oportunidad. El Liverpool dominaba, daba la sensación de que empataría pero Oblak veía todo como espectador.
La segunda mitad fue un calco de la primera. El Atleti defendía y cuando salía lo hacía con peligro. En la primera pudo convertir en dos contras rapidísimas, en la segunda tuvo una ocasión magnífica en la que Lodi sirvió a Morata en el punto de penalti, pero el madrileño resbaló cuando ya cantaba el gol. Mandaba el Liverpool, por fases su control parecía asfixiante, pero el Atleti redoblaba ánimos apoyado en el refresco que Simeone iba introduciendo. Primero Llorente por Lemar, después Vitolo por Morata, que salió lesionado, y por último, cuando quedaban quince minutos y las fuerzas flaqueaban, regresó Costa al lugar de Correa. Eso era todo lo que el Atleti necesitaba, a Costa de vuelta, al Metropolitano transmutado en el Calderón, haciendo retumbar Madrid, y al Cholo de nuevo en la banda pidiendo a todos que se dejasen la garganta. Los últimos minutos fueron épicos, cada interrupción era celebrada como un penalti, en cada respiro estaba la vida. El Liverpool no podía, el tiempo se acababa, el Metropolitano enloquecía y todo acabó así, con el resultado magnífico, con la esperanza tan encendida como el fuego del inicio y con la convicción de que así, con todos actuando como si no hubiera pasado el tiempo, los nuevos empezarán a entender de qué va esto del Atleti. Y anoche fue una ocasión magnífica para recordarlo. El mejor equipo del mundo sucumbió y regresa sintiéndose mortal, derrotado, a refugiarse en la mítica de Anfield. Anoche, en Madrid, el nuevo Atleti le recordó qué amargo es el sabor de la derrota. This is Atleti.
Foto: atleticodemadrid.com