El sufrimiento
Fue tal como se intuía, o tal vez peor de lo que cualquiera hubiera previsto jamás. La segunda parte del Calderón fue la antesala de lo que ocurrió en la primera del Allianz Arena. Un equipo, el Bayern, desatado en busca del gol que abriese la puerta a la final, otro, el Atlético, desbordado, siendo incapaz de detener un aluvión que amenazaba con tirar un sueño tan grande al traste. Guardiola modificó el dibujo de la ida y dio entrada a Ribéry y Mullër desde el inicio, Alaba volvió a la banda y fue una pesadilla constante desdoblándose en ataque y amenazando con su potente disparo. Los alemanes atacaban con una desesperación precisa, dos contra uno en las bandas, una presión inimaginable, pelotas por arriba. Asfixia, robo y ataque. Intensidad y continuidad. Era todo durante todo el tiempo. Vidal, Müller, Lewandowski, Lahm, Ribéry. Uno y otro y otro y otro más. El Atleti trataba de encontrar un lugar para la tregua y se encontró con el gol en contra. Minuto treinta y uno, una falta clara de Augusto en la frontal terminó con un gol de Xabi Alonso entre la barrera. Sin tiempo para reponerse, Giménez hizo recordar su exultante juventud con un agarrón absurdo dentro del área. Penalti y el sufrimiento extremo que el Atleti padecía empezaba a devenir en tragedia. Pero ahí emergió una de las figuras del partido y de este equipo que sabe sufrir como ninguno, que ha llegado a hacer del sufrimiento algo bello, una virtud, una esperanza. Oblak detuvo la pena máxima a Müller e hizo ver a los incrédulos que el sufrimiento, para este Atleti rocoso, unido e inaccesible no es la antesala de la desgracia sino de la épica.
La épica
En la segunda mitad Simeone sacó del partido a Augusto para dar entrada a Carrasco. El argentino buscaba escapar como fuera de aquella sombría cueva a la que sometía el dominio del Bayern. Necesitaba la velocidad del belga, encontrar una vía para salir de atrás, para escaparse, para encontrar el gol que llevaba a Milán. El Atleti fue otro y en el cincuenta y cuatro, en una jugada a tres toques entre Torres y Griezmann, el francés se plantó en solitario frente a Neuer para definir el mano a mano al palo corto y hacer un gol enorme que daba vida a quien había parecido un muerto. El Bayern, alentado por una hinchada descomunal, y con más de media hora por delante, no iba a parar de intentarlo pero ya se vio un Atlético más sobrio, mucho más seguro de sí mismo. El gol había reafirmado la idea, había recordado a todos que esos mantras que salen del vestuario rojiblanco para acabar sellando la filosofía de su gente no son palabras vacías sino su verdadera forma de entender la vida.
En el setenta y tres, por primera vez durante el partido, Oblak dudó un segundo y el Bayern castigó con el gol en un remate de Lewandowski con la testa tras la prolongación de Vidal. Quedaba un mundo por delante y el Bayern volvía a estar a un gol de la final. No era sino la constatación de que aquella gloria sólo podría alcanzarse a través de la épica.
La gloria
El Atlético siguió resistiendo y a siete minutos del final, Torres y Carrasco combinaron para que el nueve del Atlético cayese derribado por Javi Martínez cuando ya se estaba adentrando en el área. Fuera, dentro, es difícil decirlo cando la distancia es tan exigua. El fútbol brindó la oportunidad de la gloria ‘temprana’ pero Neuer detuvo el penalti a Torres y fue un acto cruel y tal vez injusto, pero bien pensado, aquella era una noche demasiado grande como para andar volteando los principios. Hubo agonía hasta el final, hasta cinco minutos después del final, y ahí estuvo de nuevo el portero esloveno, parando y mandando, dando pequeñitas treguas a los corazones infartados que llegaban desde el Manzanares a Baviera. Y al final llegó el final, y con él, la gloria.
Torres lanza el penalti que termina deteniendo Neuer. Foto: Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com
Sufrimiento, épica y gloria, ADN de un equipo que se ha convertido en el verdadero contrapoder, no solo de la bicéfala liga Española, sino también de Europa, por donde camina derrotando gigantes que le triplican el presupuesto llevando bien alta la bandera de sus valores. Un equipo que ha construido, al mando de Simeone, casi una religión, una manera auténtica de hacer saber a todo el mundo que todavía hay quien puede salirse del discurso único, ser uno mismo, pelear con lo que la vida le ha dado. El Atlético de Madrid está en la final de Champions y su gente está eufórica de ver que por fin todo el mundo entiende lo que antes pocos entendían. El Atleti, el equipo del pueblo, un grande de Europa que se construyó bajo viejos principios olvidados: solidaridad, lucha, sentido, fe, amor por lo que representas. El Atleti está en Milán y allí tendrá la oportunidad de seguir con ese relato épico que le permita por fin, saldar cuentas con la Historia.
4 mayo, 2016
es muy grande ser del Atleti
4 mayo, 2016
Pura poesía