La primera parte fue apenas una introducción. Los personajes leyeron su papel con desgana, con el guion impreso en la mano, aguardando y señalando que la función podría tener un final abierto. Los agoreros, alentadores de la tragedia, tuvieron argumentos para afilar su colmillo: la lentitud de Torres, Saúl desaparecido, un árbitro que ya enseñó el guante blanco debajo de las mangas y un rival, el Celta, que sabía lo que se hacía con el balón, con criterio y velocidad arriba como para complicarle la vida a cualquiera. También los optimistas, tal vez estos un poquito menos, pero sí, también los que buscaban en Vigo la redención del mal comienzo pudieron encontrar en la velocidad de Carrasco, en los detalles de calidad de Griezmann, en la movilidad de Koke, en todo lo que había en el banquillo, argumentos para saber que aquello debía necesariamente acabar bien. Pero al cabo, no sucedió nada transcendente, el tiempo se consumió, como se va consumiendo la vida, y el primer tiempo fue apenas introducción. Unos y otros se citaron al verdadero partido, que comenzaría tras los canapés, a la hora del almuerzo en ese horario intempestivo.
En la segunda mitad, el Atlético de Madrid fue un vendaval. Saúl y Koke en los costados, Gabi ocupando todo el medio y Griezmann con Carrasco escabulléndose entre líneas, exprimiendo el espacio. La voracidad de Simeone sobre el tapete. El equipo en bloque presionó hasta dejar sin aliento al Celta y a los ocho minutos, un centro a pie cambiado del petit prince conectó con Koke que soprendió desde segunda línea. Para abrir el marcador. Con el gol y contra el pronóstico de los agoreros, a quienes sólo les quedaba ese argumento, el Atlético no se conformó, buscó agrandar la herida de un rival que deambulaba moribundo.
Entró Gameiro por Torres y el equipo fue todavía más incisivo, el francés presionaba y aprovechaba los espacios, buscaba su gol pero también las opciones para los demás. En un pase filtrado dribló al portero y cuando solo le restaba empujarla la echó fuera. Un fallo incomprensible e imperdonable del que supo redimirse a través del juego colectivo. Carrasco tuvo también el segundo en un penalti clamoroso (y expulsión) que el colegiado, señor Latre, de una manera que cuesta entender, decidió no pitar. Planeaba la sombra de la falta de acierto y la inexorable ley de que quien perdona lo paga. Pero el Atlético, al estilo alemán que ahora pregona Simeone, olvidó que iba ganando e insistió e insistió e insistió, como si el partido acabara de empezar.
Así, de nuevo por la derecha, en una sensacional jugada de Saúl, que sirvió un centro medido con la diestra (bendita pierna mala) para que Griezmann cabecease majestuosamente a la red. Con ese gol, el Celta depuso las armas y el Atlético quiso cobrarse la falta de gol de sus encuentros anteriores. Siguió buscando el gol y de nuevo por la derecha, esta vez Juanfrán, y también Griezmann con un gran cabezazo, hicieron el tercero. El pequeño príncipe había vuelto y con él la demoledora realidad del gol. Pudo marcar también Gameiro, y Saúl, pero lo hizo finalmente Correa, que había entrado junto con Tiago para completar los cambios, en una combinación rápida dentro del área que acabó con un pase de Koke.
En el noventa y dos, y con cero a cuatro en el marcador, el Atlético seguía presionando en el área rival y cuando el árbitro pitó el final del partido, todos despertaron como de un lejano sueño. Los agoreros ya se habían marchado a sus agujeros y los jugadores reconocieron la verdadera realidad de un equipo: el incoformismo, el ir siempre adelante, la insistencia, y al final, como resultado de todo, el regreso del gol. El regreso del Atleti que todos esperan.
Foto: Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com