La Liga del business y el marketing, cuyo principal adalid es Tebas, que va llegar a tener el dudoso honor de ser persona non-grata en ninguna de las gradas de este país (otra cosa serían los despachos), produce partidos como el de anoche en el Metropolitano. Fue un horario intempestivo que maltrata al aficionado pero que no es óbice (y ahí está el aprovechamiento del asunto) para que la grada se pueble, pues ya sabemos todos, aunque sólo algunos hacen negocio de ello, que el sentimiento por el club es algo irracional, que desafía a la rutina, a las incomodidades, que le roba horas al sueño y las regala a la vida. Y también hubo un partido, por llamarlo de alguna manera.
La Liga, con sus partes y repartes, fomenta una competición absurda que tiene su zénit en partidos como el de anoche. La diferencia entre los equipos es tal, que a cualquiera nos avergonzaría competir en estas circunstancias en cualquier otra faceta de la vida. Pero el fútbol tiene una pátina de magia, de exaltación de lo imposible, que maquilla todas estas cosas. A veces el pequeño se transmuta, el grande flaquea y se genera un espejismo que nos sirve para seguir alimentando la máquina. Pero lo normal, lo habitual, es que suceda lo que ocurrió anoche, que el grande arrase al pequeño, que no puede hacer otra cosa que pelear por no hacer demasiado el ridículo y que, en función de lo que estaba por detrás y lo que venía por delante, el grande empiece rápido a pensar en otra cosa. Cualquier parecido con el fútbol con el que crecimos es pura casualidad.
El Atleti salió con cambios en su once, con un equipo ofensivo en el que entregó la manija a Thomas, que sacó del once a Rodrigo tras sus buenos minutos de Getafe. Saúl tuvo descanso para que jugasen juntos Correa y Lemar. Simeone, también con Griezmann, acumuló muchos hombres por dentro y los ataques fueron sucesivos e indiscriminados. El Huesca, recién ascendido, se vio superado por las circunstancias y duró en pie lo que el Atleti, en una jugada a tres toques en la que Costa dio el pase de la muerte al petit prince, tardó en hacer el primer gol. Los pupilos del Cholo jugaron a placer, Griezmann con escuadra y cartabón, Lemar y Correa velocísimos y también precisos. Aquello fue una sucesión constante de ocasiones. Pronto llegó el dos a cero con un zapatazo de Thomas desde fuera del área y el tercero, gracias al VAR y a un centro picado de Koke al que no llegó Correa y tampoco hizo falta, pues el balón terminó dentro de la portería de Werner.
Los locales se emplearon a fondo en la primera mitad; en la segunda, Leo Franco, entrenador del Huesca, reforzó el mediocampo con la entrada de Aguilera –que después tuvo la única ocasión para los visitantes, salvada por Oblak- por Cucho y el equipo aragonés pareció ganar consistencia, aunque lo cierto es que para ese momento la presencia del Atleti ya sólo era burocracia, pues todos allí estaban pensando en el sábado, que llega el derbi. Simeone hizo los dos cambios que le restaban ya que en la primera mitad tuvo que entrar Lucas por un lesionado Giménez. Entraron Kalinic y Gelson por Griezmann y Costa y los nuevos demostraron que tienen un largo camino por recorrer si de verdad quieren tener presencia en este equipo.
Así, con el partido resuelto, la grada regaló un momento mágico. Desde el Fondo Sur empezaron a resonar viejos ecos del Calderón. Sea porque el derbi está cerca, sea porque el aburrimiento a veces también incita a la creatividad, la hinchada empezó a cantar como si allí estuviese en juego la final de sus vidas y no un intrascendente partido de Liga con el marcador resuelto. Si uno cerraba los ojos podía escuchar las viejas voces del Calderón, podía sentir como se estaban acomodando todos esos cánticos, como la magia buscaba su sitio, como se construye un ambiente viejo en un lugar nuevo. Rugió y rugió el Metropolitano y sirvió para recordarle a los jugadores que el sábado es el derbi y que el derbi es la vida, pero sirvió también para gritarle a la televisión que nada, ni siquiera los continuados dislates de los gerentes de este negocio, ni su disparatada política, van a poder vencer nunca la verdadera esencia del fútbol, que es su gente puesta de pie en una grada, en la noche, poniendo el corazón en sus gargantas.