Dicen que el mejor momento para valorar las cosas es cuando llega el final, observar el todo del proyecto, la existencia o simplemente la experiencia sufrida. Cuando esta web me pidió que escribiera sobre el Calderón, cómo había sido mi experiencia en élv y esas historias, simplemente pasé de hacerlo, no era capaz de hacer un análisis porque todavía estaba en pie. Mi subconsciente no podía realizar ese análisis. Ahora en fase física terminal llegó el momento de hacerlo.
En la mente siempre quedan las primeras fotos visuales, el olor a césped, los partidos a las cinco de la tarde, los jugadores numerados del 1 al 11, el frío del cemento y un equipo liderado por gente de la casa. Era un tiempo en el que los compañeros del colegio me iniciaban en el heavy. Iron Maiden en pleno apogeo luchaba contra el guapo de Skid Row y la ola americana de Motley Crue y Twisted Sister habían descabalgado a Obus y Barón Rojo. Mientras tanto, las tardes de los fines de semana pasaban entre videoclips de Michael Jackson y programas musicales en la televisión pública, cintas para grabar pirata de TDK y los goles del Atleti cantados por Héctor del Mar.
La chilena de Da Silva al Valencia, un gol de Marina en un derby de Copa, el Bayer Uerdingen, golazo de Rubio, las primeras carreras de Futre, el bigote de Arteche y los goles de Baltazar acababan de componer un mundo visto a través de una Telefunken. Todo muy bonito y típico cuando vas al fútbol con tu padre gracias a unas buenas notas, un regalo de cumpleaños o una paga extra. Un bello escenario pero que cuando la tierna infancia pasa llega la explosiva pubertad y quieres más.
Y esa pubertad tiene forma de montaña rusa, de subida y de bajada y apenas unos instantes de estar en el momento cumbre. Así fueron los primeros noventa con idas y venidas, el Calderón convirtiéndose en punto neurálgico de mi particular Madrid. Las carreras del día del Olimpiacos mientras en el walkman Aiwa sonaba el Use Your Illusion de Guns n Roses, el Welcome to the jungle atronaba mi cabeza en las batallas de los derbys. Partidos que empezaban el viernes por la tarde y duraban hasta el lunes, visitas de los vecinos, bengalas, Futre contra buyo y los riffs metálicos de ACDC.
Dos copas y un doblete, entre medias coqueteos con el descenso, mientras tanto el Calderón vuelve a llenarse tras los primeros años del gilismo y sus precios desmedidos. Es tiempo para un trío para la historia: Schuster, Futre y Manolo. Los años malos post Futre ayudan a configurar el ambiente externo e interno que se vivió hasta el último partido del Calderón. Nirvana de fondo, todo pasa rápido y la adolescencia se mancha con acné y estética skinhead. Visitas al street style, fanzines, primeros viajes, cervezas en el parador, nudillos inflamados, brechas orgullosas por el Paseo de los Melancólicos a ritmo de Skrewdriver, Loquillo y punk californiano.
Ese cocktail mental va mezclado con una falta de Pantic, cánticos eternos de media hora, un regate de Caminero, gol de Vieri, un control de Kiko, Radomir Antic discutiendo con Simeone y Solozabal mientras Gil cabalga a lomos de Imperioso. El Club ya no es Club es SAD. Jugadores y entrenadores desfilan al ritmo del Speka, Epsilon, Radical y Kea menuda sociedad de compra y venta. Y de esta manera la adolescencia termina entre amores imposibles, las peleas de Blur contra Oasis, el Atleti rozando la segunda división y una raya de cocaína en un CD de Abel Ramos.
Un Citroen rojo por los bulevares de Madrid, enfocando la estación de Atocha, con música tecno todo volumen camino del Calderón, jóvenes y del Atleti, sin miedo el abismo que se acerca en una tarde noche gris que acaba con un 0-3 del Barsa de Van nos deja en segunda. Un descenso y una intervención judicial que marca el inicio de una nueva era.
Las tardes en el Calderón pintando tifos, organizando viajes, tomando cervezas, preparando batallas. Idas y venidas a la Complutense. Mi Madrid se divide entres zonas: gimnasio, Calderón y Facultad de Ciencias de la Información. El Fondo Sur ruge como nunca, el Atleti es un desastre y para animarnos nos ponemos finos en la Sonique… Metal Hammer y una mitsubishi amarga dan «subidón» a la comedia.
Algún ojo morado y un par de detenciones me recuerdan que no todo es fiesta y fútbol. Tengo que estudiar y ganarme la vida. Una puerta de una discoteca y algún cálido verano de tres y cuatro meses en Collado de Contreras me ayudan a ambas tareas. En esas tardes de estudio me enrollo a Radio 3: el Ambigu, Diario Pop… Diego Manrique, Jesús Ordovas… enamorarme del Blues y del Country, aprender nombres del «pop nocilla» para ligar, volver al rock de los 50 mientras Fernando Torres nos sostiene como equipo y como club.
Nunca se reconocerá suficientemente su figura, en un mundo materialista donde solo vive el primero, Fernando hizo el trabajo sucio para sostener una institución al borde del colapso. Durante un tiempo el fue el motivo para entrar al Calderón y no quedarme en el «Callejón» de cervezas.
Avanza la década de forma anodina, Luis hace su último servicio al Atleti, Manzano, Ferrando, Pepe Murcia… parece un cachondeo entre Intertotos y décimos puestos. Varios derbys a un nivel de calle y grada chulos rompen la monotonía y dan identidad al Frente. Viajes suicidas, tifos, Aberdeen, Cola-cao y porros mientras comentamos los disparatados partidos de Aguirre… 4-3, 4-4, 5-3, remontadas y toboganes por igual… la montaña rusa de la vida no para.
Entre Maniche, Perea, Pablo y Antonio López llega Raúl García, al principio criticado, luego idolatrado. Agüero Y Forlán dupla de oro efímera, imaginad a Simeone con esos delanteros. Vuelven las noches europeas al Calderón primero con un par de Champions efímeras luego con una Europa League para el recuerdo, 14 años sin títulos a las orillas del Manzanares gracias a un ex del Real Madrid. No queda otra que ir a ver a John Fogerty a los Veranos de la Villa y pensar que el tren de la medianoche a alumbrado la celda del Atleti, pronto volverá la libertad.
La libertad no volvió, el club sigue a manos de dos condenados por la justicia, pero si llegó el Cholo. El argentino volvió a convertir el Calderón en un bonito campo de batalla. Entonces el Atleti fue como la Armada de Virginia con Simeone Lee, el último ejercito romántico, ganando batallas en inferioridad, incluso ganó una guerra (liga 13/14) peleando con una fiereza inusitada. Y tuvo su particular carga de Pickett en aquel inolvidable partido de vuelta de Champions frente al Madrid, cuando el cielo lloró.
Estos últimos años en el Calderón la verdad que han sido hermosos, aparte de títulos y partidos memorables hubo una comunión equipo afición difícil de repetir. Los jugadores acumulan temporadas y dan identidad al Club. Apetecía ir a pasar el día al campo: latina, cervezas, previas interminables, amigos de siempre… que más se podía pedir.
Así llegó el último día, cómo una canción de Burning entre melancólica y macarra, el telón cayó, luego con el concierto de Guns n Roses tuve el postre. Y la verdad, no me hicieron faltas ni selfies, ni fotos… simplemente recordar a Aníbal Lecter y su «las cicatrices nos recuerdan que el pasado fue real».
3 mayo, 2019
Perfecto resumen de los que conocimos el Calderón desde finales de los 80 e idolatramos a Futre y después a Fernando Torres.