Gabriel Fernández, mi capitán

¡Oh capitán, mi capitán! Así titulaba el escritor estadounidense Walt Whitman su celebérrimo poema publicado en 1865 en honor al presidente Abraham Lincoln. ¡Oh capitán, mi capitán! gritaban los alumnos del profesor Keatty en El Club de los Poetas Muertos. ¡Oh capitán, mi capitán! Una mera exclamación. Una sencilla interjección. Un verso cualquiera que se convirtió en la oda a un líder, en el mantra de los que profesan las consignas de un tipo único, especial. Capitán. Dícese de la persona que está al frente, encabeza, dirige, gobierna o representa a un grupo. Un pastor que se encarga de mantener unido a su rebaño y defenderlos frente a los lobos. Un ídolo que, pese a ser admirado por sus fieles, es el primero que muestra obediencia. Trabaja como nadie y jamás lo predica. Ante la euforia, prudencia. Frente a las crisis, esperanza. Así es un capitán.

Cualquiera que conozca su vida, no habrá dudado en relacionar el párrafo introductorio de este texto con la figura de Gabriel Fernández Arenas. Nacido en Madrid y criado en Leganés, el joven Gabriel se crió en la sencillez del extrarradio madrileño. Hijo de un autobusero que recorría todos los días la línea que conectaba Leganés y Getafe con la capital, Gabi creció dando sus primeras patadas a un balón en los campos de tierra de los barrios más obreros de la Comunidad de Madrid. Allá por entonces, en la década de los 90, renacía la cantera del Atlético de Madrid que Jesús Gil se había encargado de aniquilar años atrás. En esos tiempos de dificultades para el filial, Gabi se erigió como uno de los baluartes de la cantera rojiblanca. De nada importaba que, en su paso a sénior, el centrocampista madrileño tuviera que bregar en los campos de la regional madrileña. Una situación atípica para el filial de uno de los clubes más grandes de España.

Sin embargo, aquello no perturbó a Gabi. Sin hacer ruido, el centrocampista de Leganés contribuyó enormemente al ascenso del Atlético de Aviación (a efectos prácticos, el Atlético de Madrid C) a Tercera División, después de que éste hubiera caído a la Regional Preferente. Por detrás de la imagen de tipo modesto, sencillo y familiar, Gabriel escondía tras de sí el deseo empedernido de vestir la camiseta del Atlético de Madrid. Él, que creció con los goles de Futre y Schuster en la final del 92 y con el ‘Doblete’ del 96, había mamado como nadie el sentimiento rojiblanco. Su esfuerzo y su constancia en el trabajo le permitieron encontrar su premio el 7 de febrero de 2004, a la edad de 21 años. El Atlético, por entonces, caía con estrépito en Mestalla por 3-0. Sin embargo, una historia había comenzado en la capital del Turia. Los colchoneros, por entonces, eran un gigante cubierto por sus propias cenizas. Con el tiempo, el impetuoso Gabriel se encargaría de desempolvar hasta la última mota de polvo de aquel Atlético herido de muerte.

Un magnífico año cedido en el Getafe sirvieron a Gabi para curtirse en la Primera División y regresar al Atlético. Bajo la dirección de Carlos Bianchi, Pepe Murcia y Javier Aguirre, Gabi disputó 55 partidos en los cuales anotó un tanto. Pese a ser un hombre habitual en los encuentros de los rojiblancos, en el verano de 2007, el leganense salió traspasado al Real Zaragoza. Fue en la localidad maña donde el mediocentro madrileño destapó sus mejores cualidades como futbolista. Durante cuatro años, Gabriel Fernández se erigió como el estandarte de la afición blanquilla, hasta el punto de que llegó a convertirse en el primer capitán del cuadro aragonés. En su periplo por La Romareda, Gabi cosechó un ascenso de la mano de Marcelino y un par de salvaciones agónicas. Especial mención merece la última de ellas, en la temporada 2010/2011. En una memorable campaña, Gabi no solo se consolidó como uno de los mejores centrocampistas de la Primera División, sino que se convirtió en el máximo goleador del Real Zaragoza aquella campaña con 11 goles. Sus dos últimos, en el Ciutat de Valencia, sirvieron para dar al Zaragoza una sufridísima permanencia.

Su magnífica etapa en Zaragoza sirvió para que, en el verano de 2011, Gabi contara con tres ofertas para salir del equipo maño. La segunda procedía del Atlético de Madrid. La última no la quiso ni escuchar. En pleno proceso de reconstrucción rojiblanca, sin entrenador ni director deportivo para planificar la nueva plantilla, Gabi aterrizaba de nuevo en Madrid ante las dudas y las críticas de los más escépticos. Su presentación, lejos de generar ruido e ilusión, pasó desapercibida entre el clima de incertidumbre que vivía la entidad del Manzanares. En aquel mercado estival, David De Gea y el Kun Agüero partirían hacia Manchester, mientras Diego Forlán tomaba rumbo al Inter de Milán. El equipo de la Europa League de Hamburgo se desmantelaba por completo, mientras al banquillo atlético llegaba la cuestionada figura de Gregorio Manzano.

A pesar de sumar llegadas de prestigio como la de Radamel Falcao o Diego Ribas, aquel incendio que la directiva intentó apagar con gasolina no hizo más que arder por todas partes. El equipo naufragó en Liga y cayó eliminado por el Albacete, de Segunda B, en la primera ronda de la Copa. El mismo desastre de siempre, debió pensar Gabi. Nada nuevo desde que abandonara el club rojiblanco allá por el 2007. Pero el Atlético, al igual que la carrera del madrileño, cambió por completo el 23 de diciembre de 2011. En aquella fecha, Diego Pablo Simeone se convertía en el entrenador del Atlético de Madrid. El ‘Cholo’, el héroe del ‘Doblete’, regresaba a casa. Ya nada volvería a ser como antes.

Con Simeone nació la leyenda de Gabriel Fernández. Portando el mismo ‘14’ que mitificó al ‘Cholo’ en su etapa como jugador, Gabi se erigió como la extensión del técnico argentino en el campo. Su disciplina táctica en la medular, su despliegue físico, su raza y su carácter sobre el césped lo convirtieron en el eje indispensable del Atlético. Tanto es así, que sin Antonio López, Perea y Domínguez sobre el campo, Gabi empezó a ser habitual a la hora de portar el brazalete de capitán. Aquel que tantas veces llevó sobre su brazo en el Zaragoza. Aquel con el que tanto había soñado en su infancia. Desde entonces, ya no lo soltaría.

Ambos, Gabi y el brazalete, han creado una unión indisoluble que ha llevado al Atlético de Madrid a alcanzar las metas más importantes de su historia. En su haber, la Europa League de 2012, la Supercopa de Europa de 2012, la Supercopa de España de 2014, la Copa del Rey de 2013 y, lo más importante, la Liga de 2014. En todas aquellas gestas, Gabi jugó un papel fundamental, siendo el líder del centro del campo colchonero junto a Tiago Mendes y Mario Suárez.

Pero si las victorias engrandecieron la figura del capitán, las derrotas lo elevaron a los altares de la eternidad. En las dos finales de Champions frente al Real Madrid, Gabi se alzó como el mejor futbolista del Atlético en ambos partidos. En Lisboa, con una fisura en la costilla. Pero Gabi pidió silencio, y en silencio peleó más que nadie por levantar la ansiada Copa de Europa. Cuando ya nadie podía acompañarlo, cuando el paso de los minutos extenuaba a compañeros y rivales, allí estaba Gabi. Sufriendo en su interior mientras peleaba cada balón como si fuera el último. No derramó ni una lágrima en Lisboa, lloró desconsolado en Milán. Sin embargo, al igual que su Atleti, se levantó.

Y ahí sigue. A sus 34 años, cuando el Atlético del nuevo escudo y el nuevo estadio busca no perder su identidad entre el supuesto afán de crecer, ahí permanece Gabi. El alma del Atlético. El hombre al que muchos pretenden enterrar. El niño que pasó de los campos de tierra al Metropolitano pasando por el Calderón. El guerrero que nunca dejó de creer. El veterano líder que, contra el paso de los años y el peso de las cicatrices, tira del carro siempre. El icono que todo el Fondo Sur aclama al unísono. “A la voz del capitán marcharemos otra vez”, reza el cántico. Gabriel habla, sus fieles acompañan. Y Whitman, como si de un contemporáneo se tratara, escribía: ¡Oh capitán! Levántate y escucha las campanas. Por ti suena el clarín, por ti se apiñan gentes en la orilla, por ti claman. Por ti, Gabi. Por ti, capitán. Mi capitán.

Autor: David Gómez

Alcarreño. Adicto a la buena música y a la escritura. Estudiando y haciendo periodismo con un micrófono y un papel. Esclavo de una pasión llamada Atlético de Madrid.

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