La caza de la gran ballena blanca

Simeone parecía el capitán Ahab. Recorría el trozo de tribuna que le habían asignado arriba y abajo y podía dibujarse sobre él la sombra del viejo marino. Gritaba y gritaba ya desde mucho antes de empezar, como si los marineros pudieran oírle, como si una nueva llegada de la enorme ballena blanca no los tuviese a todos concentrados en la obsesiva empresa de por fin derrotarla.

En el minuto uno Godín pegó un pelotazo arriba buscando la lucha de Diego Costa, una jugada mil veces repetida; el de Lagarto puso la cabeza primero para anticipar a Ramos, después el corazón para superar a Varane y por último enganchó una volea sin ángulo que se alojó en la portería de Navas como aquel primer arpón que Queegueg disparó sobre el lomo de Moby-Dick.

El Atleti hirió nada más aparecer y volvió al refugio. Quiso protegerse para poder aparecer sólo en el momento clave, desgastarse en su terreno, atraer al rival hacia sus dominios, invitándolo a la desesperación. Lo consiguió a medias porque el Madrid monopolizó en exceso la pelota, fue cambiando sus bandas, descolgando con insistencia a Benzemá, tratando de explotar la velocidad de Asensio, de Bale, buscando el flanco derecho, el lugar donde se vislumbraba la vía de agua de los colchoneros.

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Costa celebrando uno de sus goles frente al Real Madrid en la Supercopa. Foto: atleticodemadrid.com

Simeone se desgañitaba en aquella suerte de cubierta donde podía oírse el repiqueteo de la cojera permanente que arrastra desde Milán, Lisboa; el capitán herido buscando la manera de por fin derrotar al enemigo hostil que aparece siempre al final de sus sueños. Faltaba la habitual solidez de Sául en el medio y la chispa de Griezmann para poder salir del invisible cerco en el que el Real trataba de meter al Atleti, que suplía sus carencias en la descomunal potencia de Lucas, en la permanente pugna de Costa y sobre todo en un elemento nuevo, sobrevenido, el desparpajo de uno de los hombres de estreno, Lemar. El francés aparecía arriba y abajo, conducía, combinaba, daba siempre un respiro al balón y apenas con eso Oblak seguía viendo el juego como un espectador.

En el veintiséis, en una cabalgada voraz, Bale, esta vez por la derecha, sirvió un balón a Benzemá que remató a gol sobre el contrapié de Savic. La gran ballena emergía de nuevo y el gol trajo el verdadero sufrimiento del Atleti, porque el Madrid fue a por el segundo y los de Simeone no encontraban la manera de reubicarse en el partido. A punto estuvo Asensio de voltear el marcador en un rápido contragolpe tras pérdida de Saúl. Marcelo apuraba su banda con facilidad y Benzemá ayudaba al primer toque a abrir las puertas que conducían hasta Oblak. Sufrió el Atleti, que solo encontraba consuelo en la precisión inmaculada de Rodrigo, que aparecía para insuflar oxígeno a cada jugada de los suyos, que terminaron abrazando el entretiempo como se abraza a una madre en una despedida.

En la segunda mitad el Atleti salió dispuesto a buscar otro partido. En el cincuenta y cinco Modric y Griezmann se cruzaron en el entrar y salir del campo en el que fue el primer cambio para ambos equipos. El Madrid perdió a Asensio y el Atleti ganó a Correa. Cuando mejor estaban los de Simeone llegó el penalti absurdo, tal vez dudoso, con una mano extraña de Juanfran que sirvió para que Ramos adelantase a los suyos en el marcador. La gran ballena blanca había vuelto, la película parecía volver a buscar el mismo y repetido final.

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Lemar fue un jugador extraordinario durante todo el partido. Foto: atleticodemadrid.com

En el minuto 71 Vitolo tomo el lugar de Rodri y el Atleti, apoyado en la velocidad de vértigo de Correa y en la incansable persistencia de Costa, iba poco a poco comiendo terreno al Madrid, que confiaba en el tiempo, que como tantas cosas, volvía a jugar a su favor. Un despiste de Marcelo bordeando el minuto ochenta propició la rabiosa anticipación de Juanfran, que pudo resarcirse del penalti habilitando a Correa, que sirvió para que Costa ejecutase el empate a placer. Era un guion repetido, una película ya vista, el Atleti resistiendo al ímpetu del animal gigante y feroz, tratando de sobrevivir y la orilla cerca, traicionera y cruel. Llegaba una nueva prórroga en el duelo eterno que vive Madrid. Simeone en la tribuna arrojaba órdenes que se perdían en los ecos del mar mientras su vieja herida le alertaba de la cercanía de Moby-Dick, se acercaba la hora de la venganza o la muerte.

Entró Thomas justo antes de acabar el tiempo reglamentario y su concurso resultó determinante en la prórroga. En la primera parte, en el momento en el que los equipos debían acusar el cansancio, el Atleti avanzó diez metros su línea y con Koke y Saúl muy juntitos en el medio, con el ghanés por delante, fue a por el partido. La presión de Partey forzó una pérdida de Varane dentro del área que terminó con un pase de Thomas a Saúl que agarró una volea casi en la frontal para destrozar el ángulo de la portería de Navas. Era el minuto ocho y un golazo de este chico que aparece siempre en los momentos clave para fabricar goles antológicos ponía el partido en el carril del Atlético. Apenas seis minutos después, Costa, que parecía anunciar el cambio con esos andares renqueantes, destrozó a la defensa madridista en una arrancada por la izquierda, en la que descolocó a la zaga, se internó en el área y puso el pase atrás para que Vitolo prolongara y Koke, con un toque sutil con el interior, pusiera el cuarto gol en el marcador y salpicase de locura toda la grada rojiblanca.

El Madrid ya no pudo levantarse de ese golpe, todo lo que restaba no fue sino una espera extraña para ver el final que no estaba anunciado. Vitolo pudo hacer el quinto pero quedó enredado en sus amagos, preciosos e inanes. El capitán Ahab no se dejó ir tras su arpón, como en la obra de Melville, y consiguió así una venganza más elegante, menos desesperada, que escondía la obsesión callada que cada hincha colchonero lleva en sus alforjas tras el daño realizado por la gran ballena blanca en las dos últimas finales. Simeone respiró aliviado, como lo hicieron todos los que acompañaron al equip con ese aliento inmarcesible, pilar desde el que se construye todo el sentimiento rojiblanco.

Supercampeones

El Atlético de Madrid es el Supercampeón de Europa, Simeone ya es el entrenador más laureado (7) de la Historia del club, y las heridas de la ballena blanca quedaron de alguna forma saldadas con un partido fascinante que inaugura un tiempo nuevo, un tiempo en el que la grandeza del Atleti ya no es una fábula a la que recurrir, ni un lejano recuerdo, ni una reiterada nostalgia. No tal. La grandeza del Atleti ya es una certeza a la que se puede acudir. Una certeza tangible en este mundo acechado por la duda.

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Godín levanta su primer título como capitán y el equipo celebra. Foto: clubatleticodemadrid.com

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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1 Comentario

  1. Para la Caverna mediática, la crónica del partido se resume en : El Atleti ganó gracias a los errores del Real Madrid.

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