Tiempo para pensar

El Cholo pidió tiempo para pensar. Nada más y nada menos. Se entiende la alarma de los cronistas ante tamaña frivolidad. En estos tiempos apresurados en los que el análisis y la reflexión descansan apolillados en los trasteros de la opinión de usar y tirar, sentarse a pensar escandaliza. De poco valió, a la hora de contextualizar su petición, ver cómo sus palabras brotaban de una herida que sangraba a borbotones. Hace tiempo que la sangre es lo que menos impacta. Vende mucho más decir que Simeone se marcha. Reporta más beneficio subrayar su supuesto hartazgo y se señala con una mano el latigazo que el técnico descargó sobre su lomo al hablar de fracaso, mientras con la otra se aplaude a rabiar al rival, de nuevo reinando en Europa con los que deberían impartir justicia de consortes.

Contaba el abuelo que Isaías, el que tenía la huerta en el camino de la estación, se iba al monte tres o cuatro días cuando tenía que decidir sobre algún asunto importante. Analizar los pros y contras ante una encrucijada obliga a mirarse al espejo. No hay mayor disidencia ante la precipitación del mundo en el que vivimos que escucharse a uno mismo antes de actuar. Nadie en el pueblo aventuraba qué decisión traería Isaías bajo el brazo cuando volviera. No había nadie que se fuera a un restaurante de Milán desde el que anunciar en exclusiva que el técnico comerá de menú allí los próximos años. No se interpretaba. No se formulaban hipótesis. No se consumía. Eran otros tiempos, seguro que eran peores porque no había twitter.

El patio rojiblanco aparece lleno de las pelusas generadas por el polvo levantado artificialmente: se asegura que el técnico presiona para forzar fichajes a los que encomendarse, se jura que no quiere que le desmonten el equipo de nuevo, se adelanta que la directiva está molesta –esto tal vez se entienda viniendo de Cerezo, al que sus palabras normalmente traicionan por ser muchísimo más veloces que sus ideas–. La única postura lógica consiste en barrer la suciedad que se acumula y esperar, aunque parezca un lujo. El Cholo, creador de todo lo visible y lo invisible en este Atleti que es suyo más que de nadie, se ha ganado con creces el derecho a casi cualquier cosa, el de pensar incluido.

Isaías aparecía en casa tras pasar varias noches al raso y antes de saludar a su esposa comunicaba que había que vender a la potra, por mucho cariño que se le tuviera. El Cholo bajará de su monte particular, que es su familia y su entorno allá en Argentina, y antes de saludar a la parroquia colchonera y preguntar por las vacaciones de verano dirá lo que tenga que decir, si es que hubiera algo que compartir con los demás. Lo mismo anuncia que se va, lo mismo que se queda o a lo mejor declara que hay que vender a la potra o a Vietto, por mucho cariño que le tenga quien se lo tenga. Hasta entonces seguirán las elucubraciones. Es hasta probable que alguna de ellas acierte, como lo del burro con la flauta. Seguramente todas las teorías quedarán a la altura del betún. Son los riesgos que se corren apostando en este tipo de lances. No hay nada más peligroso para los corredores de apuestas informativas que un individuo que se pone a pensar. Como Simeone.

Autor: Emilio Muñoz

Atlético, luego indio y por último colchonero.

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