La victoria más bonita del mundo

El reloj marcaba algo más de las ocho de la tarde, De Burgos Bengoetxea pitaba el final del partido y, sin saberlo, daba el inicio de un segundo encuentro. Los 11 jugadores del Atlético de Madrid que en ese momento se encontraban en el terreno de juego iban, uno a uno, abrazando a un uruguayo, de nombre Diego, que en ese momento portaba el brazalete de capitán. Sobre el terreno de juego empezaban a llegar una serie de objetos de metal que, dicen los que saben de esto, ese uruguayo había ganado con el Atlético de Madrid.

Una puesta en escena enlatada e institucional se estaba preparando, trofeos, la práctica totalidad de la primera plantilla del Atlético de Madrid, banderas rojiblancas y una grada a rebosar de aficionados que querían dar su, me niego a decir adiós, hasta pronto a Diego. Salió, entre una multitud de cánticos que la megafonía se empeñaba en silenciar, Diego Godín al centro del Metropolitano. El charrúa que llegó vía Villareal a la ribera del Manzanares y que, partido a partido, se convirtió en el extranjero que más veces había vestido la rojiblanca en encuentro oficial estaba viviendo sus últimos minutos como jugador del Atlético de Madrid en su casa.

Podría contar que el homenaje me pareció uno más; enlatado, con una megafonía que impedía cualquier espontaneo cantico de la grada o con la típica entrega de la camiseta firmada por todos. Podría decir que me pareció bochornoso ese ímpetu que le ha dado al club últimamente con tapar todo lo que huele a escudo del Atlético de Madrid, hasta el punto de que en el vídeo homenaje se omitió el beso a nuestro verdadero emblema tras aquel histórico gol en el Camp Nou.

Podría decir que me parece ilógica la normativa de renovar a jugadores año a año a partir de una edad, sin tener en cuenta lo que estos han hecho antes por el club y sí, firmar a veteranos recién llegados contratos de larga duración. Podría decir mil cosas, pero prefiero quedarme con lo realmente importante. Godín dio un discurso a la altura de quien es, una leyenda de este club. Voy a decir algo que puede sonar mal pero que siento de verdad, es muy fácil ser del Atlético de Madrid si te llamas Gabriel Fernández, Jorge Resurrección o Fernando Torres. Es muy fácil ser del Atlético de Madrid si, desde pequeño, has mamado valores, has vestido esta camiseta, has pisado el Calderón o has tenido alguien en tu familia que te ha metido en el alma esta pasión. Lo que es verdaderamente difícil, y ahí entra Godín, es dar una lección al mundo de que es ser del Atletico de Madrid cuando has nacido a 9941 kilómetros de la capital de España.

Es muy difícil salir al centro del campo de un estadio abarrotado y hacer sentir al aficionado de la grada de que quien le habla podría ser perfectamente alguien que tiene a su lado domingo tras domingo. Solo alguien que de verdad se ha sentido identificado con este club, ha captado sus valores, ha mamado su esencia y ha amado esta camiseta es capaz de decir con un micrófono en la mano que “El Atleti es una forma de vida.” Solo alguien que vino a este club como un fichaje más es capaz de dirigirse a la grada y abrazar a Doña Margarita como si fuese alguien de su familia. Solo alguien que de verdad ha sentido amor por esta camiseta es capaz de hacer su última entrada por el túnel de vestuarios con una bufanda del Frente Atlético al cuello y enfundado en una camiseta con el verdadero escudo del Atlético de Madrid.

En estos últimos años hemos despedido mucho Atleti, nos despedimos de nuestro templo, al que nos costará muchísimos años olvidar, nos despedimos de nuestro niño, que quiso la camiseta de su equipo cuando este club no estaba de moda, nos despedimos de nuestro Eterno Capitán, que tomó las riendas y el brazalete de uno de las plantillas históricas del club; nos hemos despedido de muchísimas cosas, pero, créanme, si les digo que la despedida de Diego Godín fue una de las más bonitas que he vivido. Las crónicas de todos los partidos del lunes coincidían en una cosa, el Atlético de Madrid había empatado ese domingo, yo creo que están locos. La gente que el domingo pasado pobló las gradas del Metropolitano vivió una de las victorias más bonitas que se pueden existir en el mundo del fútbol, la victoria de ver como un uruguayo que entró en el club siendo un buen futbolista salió siendo leyenda, la victoria de ver como alguien llegó como jugador de fútbol y se marchó siendo hincha. Y, como dice un twittero atlético “De fútbol, hablamos otro día.”

Autor: Marcos Martín

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