Era el minuto setenta y cinco cuando Saúl rompió al espacio y Rodrigo de Paul lo vio, armó el pase preciso y el canterano hizo un control orientado con el pecho que le dio más ventaja sobre la que ya de por sí llevaba en la ruptura. La defensa de Osasuna se vio de repente desprotegida, como si un fantasma hubiera aparecido de la nada. El fantasma era Saúl que siguió corriendo y en el mano a mano con Aitor Fernández lo batió con un derechazo al palo corto. Se fue gritando hasta la banda, era un grito desde el que se traducía mucha rabia contenida. Dos años sin celebrar un gol, dos años donde se apagaba la luz que durante tanto tiempo fue casi cegadora. Saúl se besó el escudo que lleva tatuado en el brazo y celebró con toda la sinceridad, con toda la alegría, porque aquel era el gol que iba a ganar el partido, pero también el gol de su redención, de su renacimiento, el gol que le servía para recordar lo que era, para rescatar el jugador que todos esperan. Por fin Saúl volvió a ser Saúl, goleador, decisivo, el único camino que lo va a llevar a ser imprescindible, como antaño.
Hasta entonces, el partido en el Sadar fue bravo, como no podía ser de otra manera ante un equipo que vive un momento dulce, asomando a puestos europeos, tan solo tres puntos lo separaban del Atleti antes del choque, también en semifinales de Copa. Simeone repitió el once del Bernabéu con la única diferencia de Barrios por Morata. Quería ganar el medio y lo ganó, pues se jugó al son del Atleti, dominó, sometió a los de Arrasate, pero las ocasiones, no tan claras, no abrieron un partido nublado por la intensidad de unos y otros, plagado de idas y vueltas, de imprecisiones.
En la segunda mitad Simeone dio entrada a Saúl y Morata y el canterano le respondió como antaño, siendo decisivo, un jugador con llegada, con empuje hacia adelante, ya todos han interiorizado que Saúl es contención pero es mucho más que eso, como pudo verse en la jugada del gol que definió el partido. Antes, Oblak sostuvo el resultado en dos paradas casi a bocajarro de Osasuna, tal vez las únicas ocasiones del conjunto pamplonica. Con el marcador a favor, Simeone introdujo a Witsel y Kondogbia para controlar el centro del campo, y a través de él el partido. Llegó hasta el final sin apuros, sin sobresaltos, como antes, una portería a cero, un gol determinante, tres puntos en feudo complejo. La tranquilidad del unocerismo perdido.
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