La visita del Málaga parecía otro de esos partidos plácidos en los que el Atlético se repondría del golpe del Sánchez Pizjuán, sobre todo después de que Carrasco, mientras los demás se ajustaban todavía las espinilleras, hiciera una de sus diagonales hacia dentro para colocar el balón a la cepa del palo e inaugurar el marcador y la fiesta. Los de Simeone eran un equipo entregado al ataque en el que la velocidad de Gameiro avisa de cosas importantes. Gaitán, a quien Simeone colocó en el once en detrimento de Correa, empezó a mostrar lo que es, asociándose mucho, y de eso y la omnipresencia de Griezmann resultaba un equipo que no paraba de atacar y que pronto hizo el segundo en un regalo de la defensa del Málaga que Gameiro quiso agradecer. El dos a cero tan temprano hacía elucubrar a los más optimistas con otra goleada histórica. Pero ya saben que algunas veces en el Calderón las cosas no son lo que parecen.
A balón parado, el Málaga, con un latigazo bastante lejano y escorado de Sandro, consiguió acortar distancias. A primera vista pareció un auténtico golazo, después, ya se vio que tal vez Oblak pudo haber hecho algo más. El caso es que el Málaga, que hasta entonces había parecido un convidado a la fiesta, conseguía una excusa a la que aferrarse para mantenerse en el partido y poder sembrar la duda en un Atlético que había parecido demasiado autosuficiente hasta el momento. Pero duró poco aquella sensación, porque el Atlético no se arredró y siguió su plan de atacar y atacar y antes de llegar al descanso, en una excepcional jugada, Saúl filtró a la espalda de la defensa para Griezmann y el petit prince, con un suave toque de cabeza, dejó el balón muerto en la frontal para que un rayo llamado Gameiro se anticipase a todos e hiciera el tercero. Gameiro no es Jackson, escóndanse para siempre los que lo dijeron. Tres a uno y de nuevo la conversación del bocadillo viró a cuántos más caerían en la segunda mitad.
Se había lesionado Gaitán, al que sustituyó Correa, y los colchoneros salieron tras el intermedio con la intención de prologar la fiesta de los goles. Hubo ocasiones para hacerlo y volver a matar un partido que ya parecía muerto pero no acertó y resultó que aquel era uno de esos días en los que ocurren cosas raras en el Calderón. El señor Estrada Fernández, colegiado de la contienda, decidió con un rigor extremo expulsar a Savic por haber cometido dos faltas, cada una de las cuales por separado, podríamos discutir eternamente sobre si eran merecedoras de tarjeta o no, sin embargo este señor lo tuvo claro y mandó al montenegrino a la caseta ante el asombro de todos. Simeone metió a Lucas por Griezmann para cubrir la baja y la inercia de la expulsión dio unos minutos al Málaga, que intentó lo que hasta entonces le había parecido imposible. El técnico argentino quiso refugiarse más y mandó llamar a Tiago. Justo antes de realizar el cambio, el Málaga, de nuevo a balón parado, en un cabezazo de Camacho, acortaba distancias y cambiaba por completo el guión de la tarde en el Calderón.
Con Gameiro fuera, el plan era claro. El equipo de la Costa del Sol se encontró con una tarde inesperada, salieron del vestuario tratando de impedir una sonrojante goleada y se veían ahora, con un hombre más, a tan sólo un gol de rascar un soñado empate en el Calderón. El caso es que el Atlético volvió a su orden marcial y el Málaga, al que solo lo empujaba la obligación moral de intentarlo, no tuvo opción. La inquietud estuvo más en el ambiente, en la zozobra que genera un resultado ambiguo, que en lo que realmente se vio en el terreno de juego porque los andaluces, aun con uno más, seguían siendo mucho menos.
Con todo, una nueva galopada desde el centro del campo de Carrasco, terminó con un derechazo cruzado que puso el cuarto y liberó tensiones en un campo que había pasado en noventa minutos de la fiesta a la angustia y que despedía de nuevo con tremenda alegría. El Málaga bajó los brazos definitivamente y asumió su rol. El Atlético recibió un toque de atención: la fiesta se trabaja minuto a minuto. De nada sirve despistarse.