Siempre es triste decir adiós. Duele decir adiós y no importa que la despedida sea de repente o la tuviésemos interiorizada un tiempo atrás. Es un sentimiento que invita a la melancolía, a recordar cómo se nos pasó el tiempo, cuántas cosas pudieron ser y no fueron. El Atleti dijo adiós a la Liga en el Molinón y lo hizo de una manera dolorosa por más que aquello no fuese sino la constatación de un hecho que era esperado por todos. Era cuestión de tiempo que la realidad tumbara al sueño y a pesar de que los de Simeone alargaron el cierre hasta la extenuación, en el Molinón se certificó que el objetivo del Atlético en la Liga ya no alcanza para ser campeón.
Alineaciones Sporting-Atlético. Fuente: Sporticos.com
Rotó de verdad por primera vez Simeone en el campeonato liguero. El equipo venía del desgaste infinito de una prórroga en Champions y abría la jornada del sábado en uno de los flagrantes castigos y desigualdades contra los que también tienen que luchar los colchoneros. Así, el Cholo dio la titularidad a Gámez, por obligación a Lucas, a Correa, a Vietto, también a Kranevitter. Ninguno aprovechó aquello como la oportunidad de su vida. Con todo, el Atlético controlaba el partido a su antojo.
Al borde de la media hora Griezmann perpetró una obra de arte. En un golpe franco desde la frontal metió una rosca endiablada que limpió la escuadra de la potería de Cuéllar. El portero esportinguista voló para engrandecer la estampa del gol. Cero a uno. El Atlético había encontrado su lugar en el mundo: ponerse por delante en el campo de un rival necesitado y manifiestamente inferior. Parecía imposible que fuese a suceder lo que finalmente ocurrió, pero esa es la maravillosa y mágica, a veces trágica, imprevisibilidad del fútbol.
Desde el gol, el Atlético de Madrid pensó erróneamente que le bastaría con poner el partido en pausa, pero enfrente estaba el empuje de la necesidad. El Sporting apretó en la segunda parte con lo único que tenía, la fuerza de la juventud, alentada por el corazón inagotable de una hinchada a la que siempre hay que mirar. El Atleti sesteó sintiendo el trabajo hecho y los locales horadaron la inaccesible defensa rojiblanca solo con la ilusión y la insistencia. El argentino empezó un carrusel de cambios buscando protegerse y ésta vez, todo se le volvió en contra. Los asturianos encontraron el empate en una falta absurda cometida por Kranevitter en la frontal que el propio argentino se encargó de desviar y confundir la trayectoria a Oblak. Uno a uno y Gijón entero gritando en el Molinón. Después, llegó el efecto Tebas, la lesión de Giménez, la inoperancia de los cambios, el Sporting sabiendo que el punto que era un triunfo podía saberle a poco y al final, Gonzalo Castr convirtiendo en broma el que podía haber sido el error de su vida y dándole tres puntos a su equipo en los que puede estar parte de su gloria.
Y los de Simeone perdiendo, cosa extraña, hecho que recuerda a muchos una obviedad que a veces se olvida: que la derrota forma parte de este juego y que hay que afrontarla con la misma dignidad (o más) que la victoria. Que los pequeños detalles cuentan. Que el Atleti regresa de Gijón con algo más duro a cuestas que una derrota y un adiós, vuelve con una defensa en cuadro, con la certeza de tener que luchar también contra los elementos, con las dudas que genera perder cuando te has acostumbrado a hacerlo tan poco. El adiós fue en el Molinón, más tarde de lo que muchos creyeron mucho más temprano de lo que debería ser. Así es esta extraña Liga que habitamos.
Cronología Sporting-Atlético. Fuente: Sporticos.com
