Navidades rojiblancas

Cuando llegaba la Navidad a los atléticos nos bastaban dos deseos: no liarla delante del jefe en la cena de empresa y que el mercado de invierno nos regalase un par de fichajes decentes que remediasen la temporada. Era una época complicada, descenso a segunda división mediante, años oscuros en los que para diciembre la Liga estaba ya casi desperdiciada. El equipo transitó un periodo de escasez, sin regalo; si aparecía un Papá Noel cerca del Calderón, era apestando a coñac, con la barba sucia y orinando por alguna esquina. Y cada Navidad se amontonaban en los despachos del club representantes de jugadores y mercaderes de favores ofertando su mercancía. Te acostabas en Nochebuena ilusionado con Rosicky y despertabas a la mañana siguiente para descubrir que lo bajo el árbol sólo había un Richard Núñez y dos pares de calcetines. Hubo tanta escasez esos años que, probablemente, si Santa Claus se hubiese acercado por las oficinas del Atleti, a la salida le habrían robado los renos del trineo.

Los balances son eso que se realiza cuando te han funcionado bien las cosas. Si no, haces como con los trabajos del cole y los dejas para más adelante o para que los hagan otros. En 2018 merece la pena hacerlo porque las vitrinas del Metropolitano han engordado con dos nuevos trofeos sin necesidad de turrones ni mazapanes. Aunque ninguno de primer nivel, han sido suficientes para dejarnos un buen sabor de boca. La Europa League alivió el empacho de pesimismo tras la prematura eliminación en Champions y valió la pena aunque sólo fuese por la satisfacción de ver por fin a Fernando Torres lucir su bufanda en una rúa del Atleti. También la Supercopa de Europa tuvo un significado especial dado el rival ante el que se logró, al que siempre gusta ganar aunque sólo sea cogiendo antes el ascensor.

Dos títulos para un ejercicio que no pintaba bien en su arranque. Con la sanción a cuestas que impedía hacer fichajes y un inicio de temporada dubitativo, el Atlético llegó al 2018 con urgencias, igual que el adolescente que se presenta a una fiesta tres copas rezagado. Diego Costa y Vitolo, titulares en la carta navideña desde el verano, debutaron aportando nuevas ilusiones, y la llegada del hispano brasileño fue fundamental para estimular al ataque Atlético. Hasta Griezmann, mustio hasta el momento, se animó y rápidamente mejoraron los registros del equipo. Ayudaron también a que el nuevo estadio recién estrenado, comenzase a acumular historias y a perder su aroma a habitación de hotel. Se aprecia un hogar cuando distingues en él los rincones por los que has reído, llorado y disfrutado; la vuelta de semifinales contra el Arsenal dejó una de las primeras noches para el recuerdo, con una conexión de la grada con el equipo que hasta entonces no se había producido.

En el 2018 Simeone ha superado los 400 partidos como entrenador del Atleti. Instalado para siempre en el Olimpo rojiblanco, ya sólo le queda por delante Luis Aragonés. También es el entrenador que ha logrado más títulos. Su sueldo, de nivel top mundial, parece justificado cuando además puede presumir de haber conducido la transformación de un club como pocas veces se ha visto. Él sigue siendo la piedra angular de todo el proyecto atlético. Uno de los pocos aciertos que unánimemente siempre se le reconocerá a Miguel Ángel Gil es el de haber comprendido que Simeone era la clave de cualquier plan.

Cada temporada el villancico más escuchado en las oficinas del Atleti solía ser el de el club se me ha quedado pequeño, necesito nuevos proyectos, con la estrella de turno entonando el estribillo. Por ello, por encima del formato elegido, la decisión de Griezmann toma aún más relevancia. Significa un punto de inflexión en un club que se resignaba a perder a sus mejores jugadores. Ya sea por dinero, ambición o por cómo prepara el mate Godín, se ha revertido una tendencia habitual y puede ser un paso importante para el desarrollo del club. El tiempo dirá.

La Navidad es la época propicia para  echar en falta las ausencias y este año tenemos la de dos capitanes y emblemas del club que se marcharon al acabar la temporada pasada: Gabi y Torres. Dos jugadores que estarán para siempre en el imaginario atlético, con los que bastaría charlar un rato para estar orinando en rojiblanco un mes. Aunque por diferentes motivos, decidieron finalizar sus carreras en otras ligas y ambos recibieron su merecido homenaje y el cariño de compañeros, técnicos y aficionados, con un Metropolitano totalmente entregado a ellos.

El 2018 nos dejó otras despedidas, aunque bastante menos dolorosas. Augusto Fernández se vio sin sitio y optó por marcharse a la liga China. También se marchó Nico Gaitán, un jugador que destiló solera cuando visitó el Calderón con el Benfica, pero que apenas nos dejó en su temporada y media contadas gotas de garrafón. Y junto a ellos se marchó Carrasco, un futbolista con enormes cualidades que no terminaron de emerger. El belga, tras varios desencuentros con Simeone, decidió cambiar de aires seducido por el dinero. Y con él se marcharon otros dos sueños recurrentes de muchos aficionados atléticos: por un lado, que se erigiese en el fenomenal jugador que algunos presagiábamos; por otro, que alguna Navidad, en las cercanías del estadio, nos encontrásemos con su madre mientras una maldita rama de muérdago colgaba sobre nuestras cabezas.

Autor: Pike Bishop

50% de Bishop and Gittes. La mitad legal, concretamente. En esta vida de lo que realmente sé es de bares y del Atleti. Del resto, un mero aficionado.

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