El viaje de César

Hay viajes que pueden durar toda la vida aunque sólo hayan durado treinta y dos años, como es el caso de César, que hace todo ese tiempo que subió a un autobús con rumbo hacia Lyon del que no se ha bajado nunca. Fueron pasando las décadas y ahora que por fin el destino le ha vuelto a poner en la misma dirección, ha comprendido que aquél era un viaje interminable porque en él aprendió muchas de las cosas que le han servido para caminar por la vida.

Hace treinta y dos años que subió en aquel autobús de la mano de su padre, la primera vez que quedaban solos frente a frente, para transitar aquella caravana de ilusión detrás de la única cosa que en esa edad que se asoma a la adolescencia iba a permanecer inalterable en la relación con su progenitor. Después la vida regala alegrías, la vida golpea, y en el fondo de cada etapa, como un rumor de fondo permanente siempre está el Atleti, un bálsamo extraño que sirve en la alegría y en la pena.

Cuentan que fueron diecisiete horas en la carretera pero César apenas puede recordar varios abrir y cerrar de ojos: el plácido sueño de un niño, Barcelona teñida de rojiblanco, la Junquera, la primera vez que veía una frontera. Lyon parecía Madrid; por sus calles, por la cantidad de personas que allí había con ese acento castizo, por las banderas, por las pintadas, por los colores esos que tan hondo se esconden. Pero a la vuelta de cada esquina Lyon era también un mundo nuevo; fruterías sobre la acera, aquellas extrañas manzanas verdes, un restaurante italiano, algo nunca visto, en el que su padre se enzarzó a los postres con el dueño, que contaba cuando había jugado con Peiró en el Inter. Copa sobre copa, humo de cigarrillos, y un niño tirando de la manga porque llegaba la hora del partido.

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Lyon en el 86

El estadio era un mosaico rojo y blanco, era el Calderón trasladado a aquel lugar ignoto. Allí, al frente, podía verse un rinconcito de militares rusos que dibujaba una postal extraña. El partido huyó rápido de su recuerdo porque no dejó una sola excusa a la que aferrarse, pocas razones para un niño. Luego vino el viaje de regreso y tras el viaje interrumpido, el paso de los años, la perspectiva, la madurez, la vida que alegra y la vida que golpea. El tiempo, que ayudó al niño a comprender que aquel día su padre no le había hecho recorrer el camino hacia Lyon tras un simple partido de fútbol, sino que aquel viaje encerraba otras cosas, era el comienzo del camino que no termina nunca.

Ahora, a Lorenzo, el padre de César, es imposible arrancarlo del sofá. Él ya sabe que no tiene que regresar a Lyon, que el suyo era un viaje sin retorno. César volverá con su hijo, que creció en ese erial maldito que sólo abonaba un niño llamado Torres. Cesar regresará con él y reeditará aquel viaje iniciático; buscará las manzanas verdes, se parará ante las rotondas, se dejará tirar de la manga cuando llegue la hora del partido.

Tal vez trate de explicarle a su hijo que no es sólo fútbol, aunque no lo necesite. Lyon vivirá en él para siempre, como lo hizo en su padre, y lo hará en su hijo. Como lo hará en cada uno de nosotros. Y quién sabe si esta vez, a lo mejor, ganamos.

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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