Simeone acababa de perder su segunda final de Champions en tres años y, en la rueda de prensa, en mitad de todos los sentimientos que debían invadirlo, con preguntas por aquí y por allí en las que tenía que tratar de explicar lo que sentía en ese doloroso momento, el argentino cometió el sacrilegio: dijo que necesitaba pensar. ¡Pensar! Por el amor de Dios, un tipo hundido, alguien que gana hasta cuando pierde, tras su derrota más dolorosa dijo que necesitaba pensar.
La maquinaria mediática construyó la historia rápidamente, tal vez por la incomodidad que le suponía el significado del verbo pensar. ¿Pensar? Esto es que se quiere ir del Atleti, claro. ¿Por qué otra cosa si no debería pensar un entrenador de fútbol? Y a partir de ahí empecemos a tirar del hilo y a construir ofertas imaginarias y razones esperpénticas. En el camino, olvidemos lo que dijo, ¿acaso importa? Dejemos atrás el verdadero mensaje, que es gratificante, ilusionante, esperanzador. Simeone pudo haber usado el tópico para resolver el entuerto, pero se abrió la camisa y puso el pecho. Necesitaba pensar. Claro que sí. Como yo, como todos ustedes me imagino. ¿Qué otra cosa puede hacerse después de una derrota así si no es detenerse y pensar? ¿Tal vez llorar?
Lo que no sabremos hasta que regrese, o tal vez no sepamos nunca, serán los pensamientos que han surcando su mente en todos estos días. No sabremos a ciencia cierta si había un ápice de verdad en la mentira que ha construido la prensa con su salida ficticia. O tal vez sí lo sepamos. Tal vez Simeone regrese y se ría del quilombo que han montado y traslade un nuevo mensaje irónico, y deje entrever esa sonrisa que ustedes y yo conocemos muy bien y que pocos más alcanzan a despejar y entonces sepamos que ya ha pensado lo suficiente. Y que está preparado para intentarlo de nuevo. Porque así va a ser, y así será.
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