Escrito Por José Luis Pineda on Abr 6, 2016 | 1 Comentario

En la previa, Simeone advirtió a sus jugadores: “Un minuto es la vida”. A veces, el entrenador argentino cincela versos sobre los que sostener la filosofía que alimenta su éxito. Esa frase era un buen aviso sobre lo que sucedería en el campo. Cada minuto era la vida. Así lo sintieron los hinchas, que con apenas cinco jugados ya habían envejecido tres vidas y así lo sintieron sus jugadores, que salieron al Camp Nou dispuestos a demostrar una fe inquebrantable en el discurso de su líder. En cada minuto: la vida, en cada balón: la vida, en cada disputa: la vida. La vida en cada instante, la única forma en que puede revertirse las leyes de la lógica.

Lo cierto es que el Atlético salió regalando tranquilidad a sus fieles. Con el cambio de dibujo, apostando por los tres delanteros, Carrasco, Griezmann y Torres, los de Simeone estuvieron cómodos, controlando el peligro, esbozando diagonales del belga, incursiones de Griezmann y desmarques de Fernando avisando de que la intención era clara: ganar. En el minuto veinticuatro el Atlético ejecutó su plan a tres toques. Gabi recuperó en el medio, entregó el balón a Koke que habilitó casi de primeras un pase entrelíneas a Torres. El nueve rojiblanco hizo su trabajo, el desmarque perfecto, el remate medido. Gol. Cero a uno y el partido en el lugar que había soñado Simeone.

Desde el gol, el Barcelona incrementó la incomodidad a la que el Atlético le estaba sometiendo en el partido y vino un tiempo en el que la amenaza del contragolpe maniataba su habitual claridad de ideas. Los de Luis Enrique empezaban a atascarse y enredarse en su propia existencia hasta que vino el árbitro a rescatarlos en una jugada absurda que condicionó todo el partido. En el treinta y cinco, el árbitro colocó el partido en el terreno inhóspito de la injusticia. Por una falta casi involuntaria e intrascendente en el centro del campo, mostró la segunda amarilla a Torres y dejó al Atlético con 10 con casi una hora por delante.

La jugada partió el partido entre lo que ocurrió antes, el período en el que el Atlético, sin inferioridad, fue superior y lo que vino después, un nuevo rumbo en el que los rojiblancos se empeñaban en sobrevivir al empuje del Barcelona que encontró en el colegiado alemán Brych la vía de escapa para solventar la papeleta que los madrileños habían puesto sobre la mesa.

En la segunda mitad el Barcelona apretó hasta la asfixia y el Atlético resistió, fiel a su Historia y sus principios. Suárez empató en un rebote y más tarde puso el dos a uno en una cabezazo sublime en un momento en el que ya no tendría que estar en el partido, pues el árbitro saldó con una amarilla una flagrante agresión a Filipe dentro del área. Previamente el uruguayo había despachado a Juanfran con una patada sin balón que quedó impune por parte del ínclito Brych, que terminó convirtiéndose en el aliado perfecto del Camp Nou.

El Atleti, con una pareja de centrales en la que estaba un chiquito que apenas debutaba, resistía los envites del mejor el equipo de los tiempos, tratando de llevar viva la eliminatoria al Calderón. Sufrió la presión incesante del Barcelona que no tuvo demasiadas opciones claras y salió vivo de un campo inhóspito, sobrevivió al Barcelona y a Brych y dejó todo a expensas de un Calderón que va a explotar en apenas una semana para dictaminar si todavía existe esperanza para los justos en Sodoma. El fútbol es un negocio difícil para los que pretenden asaltarlo y en una semana muchos tipos con corbata van a verse en medio de una encrucijada. Porque es difícil reconducirse cuando la pasión desborda el Manzanares.

Foto: Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com