El partido de después (1-0)

Hay partidos incómodos por lo que anteceden o por estar detrás de lo que están. El del Eibar fue uno de esos uniendo los extremos. El Atlético volvía al fútbol después del varapalo de la ida de las semifinales en el Bernabéu, lo hacía ante su gente que lo recibió con un mensaje claro y contundente: combato y me levanto. Esa es la idiosincrasia de este club: combatir y cuando se cae, levantarse, siempre ha sido así, todos lo saben y les gusta recordarlo cada vez que es preciso. Además, el partido se encajaba en la antesala de una vuelta que no va a ser como todos esperaban. Se preveía feo, duro, difícil de encajar.

Simeone salió sin nueve, no sabemos si como un mensaje subliminal o desesperado ya de no encontrar el gol en el ariete. Tampoco funcionó. Después de unos minutos iniciales horrorosos, el equipo empezó a coger tono y a acercarse a la portería vasca fundamentalmente por la izquierda, con un Filipe incisivo y un Carrasco muy activo, pero también por derecha, con Thomas ocupando ese lateral como solución de emergencia y cumpliendo en el papel. El Atlético hacía lo que podía porque nadie allí estaba pensando en el partido que se jugaba sino en el de después. Volvió a evidenciar la falta de gol insultante que lastra las aspiraciones de un equipo que deja siempre la duda de dónde podría haber llegado con un delantero centro de veinte o treinta goles. Carrasco falló a bocajarro una jugada personal y Griezmann marró otra clarísima antes de ir al descanso. Desde la grada, se recordaban a los protagonistas de la Historia del Calderón y el aliento de ahora era el de después.

En la segunda mitad, el Cholo puso en liza a Torres sustituyendo a un -de nuevo- desafortunado Gaitán y el Atlético mejoró ostensiblemente en ataque. El delantero de Fuenlabrada fijó la referencia ofensiva y cayó bien a los costados buscando el balón por arriba, desatascando el juego. Con esa referencia el Atlético empujó hasta que en una jugada en la que Godín, que había quedado descolgado en la posición de extremo tras la salida de un córner, metió un centro con el exterior que Torres dejó pasar para que Saúl ajustase al palo desde la frontal. Uno a cero y ahí parecía morir todo. Desde el gol y hasta el embarullado final, donde el Eibar pudo pescar en el río revuelto que formó el colegiado con la expulsión extraña de Godín en el tiempo de descuento, el partido estuvo paralizado, como si el tiempo se hubiese detenido y lo único que ya importase fuese lo de después.

Concluyó el choque y la gente se quedó en su asiento, de pie, enarbolando la bufanda, la bandera, alzando la voz, el tiempo parado, las calles vacías, el estadio lleno, hasta que los jugadores volvieron a salir atónitos y miraron arriba y dieron la vuelta al perímetro del césped devolviendo el aplauso y siendo conscientes de esa comunión inquebrantable. Aquella gente sabía que lo del miércoles parece imposible para el mundo pero allí adentro, en el Vicente Calderón, todos saben que cualquier cosa puede suceder. La gente cantó, los jugadores miraron y volvieron adentro seguro con una determinación distinta, conocedores de que si en algún lugar puede haber cabida para un milagro es allí, en ese escenario donde todos creen, creen ahora y creían antes, incluso cuando nunca habían visto.

Foto: clubatleticodemadrid.com

 

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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