La sombra de oro

Último Parri tenía la sombra de oro. Para explicarlo, el conde d’Ambrosio recordaba siempre a la única mujer que había amado en su vida, “cuando uno entraba en una habitación llena de gente, podía sentir si ella estaba allí sin que fuera necesario verla…en cualquier lugar se la podía encontrar sin que fuese necesario buscarla, no era especialmente guapa, ni siquiera podía saberse si era inteligente, pero la luz estaba donde ella estuviera, y ella era el cuadro”. Siempre que aparece un canterano en el primer equipo del Atleti recuerdo esta fascinante historia de Baricco y me fijo bien, para ver si la luz está con él, si es él quien compone el cuadro, si arrastra tras de sí una sombra de oro. Frente al Levante, el Atleti perdía dos a cero, jugaba con un hombre menos y entonces apareció un chico imberbe con pelo rizo, carrera trotona, y movimientos precisos, un niño que en la segunda pelota que tocó dentro del área tuvo la frialdad de acomodar un rechace orientando el gol al segundo toque, un gol que le sirvió a su equipo para corregir un partido que podría haber sido infame, un gol que le aupó a los lomos de su sueño. Hay personas que están toda la vida persiguiendo un sueño y otras que simplemente viven instaladas en él. Sergio Camello marcó su primer gol con el equipo de su infancia y dejó un reguero de luz por donde empezaba a cernirse oscuridad. En muchos momentos pareció que todo era una excusa para acabar en él, atraía el juego, perseguía ser el centro del cuadro, no fue sólo el gol, fue esa extraña sensación de que a ese rostro ingenuo lo acompañaba una sombra de oro.

En el partido que cerraba la temporada en Levante, todos estaban pendientes de las despedidas, de los que se iban con honor, como Juanfran y Godín, bastiones únicos de una época difícilmente repetible; de los que no se sabe a ciencia cierta si se irán o no, como Filipe o Rodri en primer término, o Vitolo y Correa, por ejemplo, en segundo. Y sobre todo, claro, de la gran estrella, de la vedette que optó por la huida cuando todos le habían preparado el banquete de la leyenda. Tan ocupados estábamos de retener esos momentos que el Levante golpeó certero y rápido. Cabaco en el seis y Roger en el 36 pusieron al Atleti contra las cuerdas. En la media hora que transcurrió entre un golpe y otro del Levante, los de Simeone dominaron pero no tuvieron gol.

En la segunda mitad entró al partido Sergio Camello, un niño con la sombra de oro, pero no todo mejoró de inmediato. En el cincuenta y uno, en una jugada absurda y propia de estar fuera del partido Correa culminó una temporada mala con una patada a destiempo que le granjeó la tarjeta roja que dejó a su equipo con diez. Adán, sustituto del lesionado Oblak, sostenía al equipo con paradas ante las llegadas levantinistas pero el Cholo no se resignó, quería resarcir la imagen y metió a Mollejo, sabia nueva y también a Vitolo, y el Atleti mejoró al galope de la ilusión de los más jóvenes. Primero Rodri con un golazo desde la frontal con la zurda y después Camello, con un gol de puro nueve que sirvió para constatar lo que todos dicen de él, que lleva el gol incorporado en la sangre, que detrás de ese cuerpo enclenque y aparentemente débil hay un depredador del área que puede convertir en fiesta cualquier pelota extraviada. Simeone celebró el gol como pocos se recuerdan, sólo Dios sabe qué rabias estaba liberando con ese grito desesperado, un empate de un partido intranscendente en el que parecía que el argentino tenía en juego su vida.

Se acabó la temporada y se vio la emoción de Godín, y la de Juanfran, que portó el brazalete en el último partido que jugó con el equipo que llegó a ser el de sus sueños. Se despidió también el francés, entre los silbidos y la indiferencia de una afición que se siente traicionada, después de tanta estupidez consentida, de tanta esperanza depositada, de tanto futuro entregado, por alguien que al cabo demostró no haber entendido nada. Tanto tiempo, tantos goles, tanta emoción y después la nada.

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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1 Comentario

  1. En mi pueblo, cuando yo era un chava, había un carpintero que muchas veces le escuché decir en el bar de mi padre, una frase que hasta yo mismo entendía que a quien se la dirigía era una persona con la que no se podía tomar ni un cuartillo de vino.
    Griezmann me ha hecho recordar esa frase; esa frase decía, «este que se vaya con la guitarra a otra parte».
    Cada vez que celebraba un gol, Griezmann pillaba su guitarra y nos mostraba su gusto por la música.
    En cuanto a la llegada de los jóvenes, viene a demostrar que la confianza que Simeone mostró a Koke, Saul, Thomas, Gimenez, Lucas, el mismo Costa o Correa y ahora con estos chicos y Montero, sin olvidarse del lesionado Borja o de Tony Moya, es muy de tener en cuenta.
    Habrá que fichar y quizás alguno más se irá o se traspasará, pero esa linea de subir gente de la cantera es fundamental. Son de los nuestros.

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