La dolorosa belleza del Calderón (2-0)

Decía Salman Rushdie que la misión de un escritor es decir todo aquello que no se puede decir, hablar sobre lo inexplicable, hacerse las preguntas más difíciles. Tal vez Simeone tenga alma de escritor aunque la vida terminara sentándolo en un banquillo. El argentino llegó a Madrid y reconstruyó una ruina en un terreno dominado por otros, y lo hizo a base de encontrar respuesta a las preguntas más difíciles, que son, como todos ustedes saben, siempre las más simples. Lo hizo hablando sobre lo inexplicable, diciendo todas aquellas cosas que parecía prohibido decir. Con su discurso hiló algo más que un equipo de fútbol, como anoche pudo verse en el Calderón, hiló la pasión desatendida, hiló los sueños rotos, hiló las esperanzas perdidas. Y construyó la vida.

Salieron los colchoneros con el once que tan buena primera parte le dio en Liga en el Camp Nou y el choque tuvo un comienzo tal vez distinto al que todos esperaban. No hubo una presión desmedida, no hubo unos primeros minutos de infarto, no estuvo el corazón en la boca de los jugadores, sí en la de los hinchas. El mejor equipo del mundo jugaba con la ventaja y tocaba y tocaba hacia atrás pensando que le bastaría con tener la pelota para dejar correr el tiempo. Especular es un verbo que encaja mal en el fútbol, pero si enfrente tienes a una legión milimétricamente entrenada para ejecutar su plan, especular es un tranquilo anticipo a la muerte.

El Atleti sostuvo el dominio inane con un orden marcial, con un despliegue físico descomunal. Ustedes van a tocar pero yo voy a correr y veremos quien se cansa antes. Y se cansó antes el Barcelona, o lo cansó el Atlético, cuando en la primera rendija que dejaron los catalanes encontró el gol con un cabezazo a la escuadra de Griezmann a pase soberbio de Saúl con el exterior. En ese momento, el Calderón casi se cae bocabajo porque la eliminatoria había dado vuelta y aquella sacudida cambió el partido para siempre. El tiempo de la tranquilidad había terminado para nunca más regresar.

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Griezmann en una contra. Foto: Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com

En la segunda mitad el partido sí fue lo que se esperaba. El Barcelona, que se veía eliminado, empujaba con todo lo que tenía en busca del gol que redimiese su suerte. El Atlético resistía y mostraba que la belleza del fútbol es infinita. En contra de lo que muchos habíamos creído hasta ahora, la belleza no reside solamente en un regate majestuoso o en un gol soberbio, en una forma aplastante de dominar al rival, de someterlo. No tal. El Atlético demuestra al mundo que existe una belleza distinta, una belleza que duele, la de ver como un equipo se entrega con un sincronismo ajustado por los Dioses, una belleza que sabe resistir, que muestra que defender también puede ser hermoso. Existe la belleza de identificar palabras que nos son cercanas en la cancha, es una belleza sincera,  uno puede mirar a la cara de los jugadores, cualquiera de ellos, y ver escritos sus valores: trabajo, solidaridad, esfuerzo, fe. El Atlético ofrece una belleza laberíntica que engulle a los rivales, que los invita al desaliento. El Atlético ha sabido enseñar a todos que la felicidad no está en un mundo de un falso color rosa, sino que está aquí, más cerca, en la lucha de cada día, de cada minuto, en el sufrimiento, en la superación, en esas cosas que nos son tan cercanas. Al cabo, el Atlético ha encontrado una belleza que hace llorar.

Y deben saber que el mejor equipo del mundo no paró de intentarlo, y que pudo lograrlo tal vez en una de Suárez, no muchas más. Que el Atlético salió hacia fuera menos de lo que le hubiera gustado, que hubo un larguero de Saúl, un jugador descomunal. Que no hubo precisión en las contras que tal vez hubieran hecho un partido más llevadero, la belleza menos dolorosa. Deben saber también que el Calderón se convirtió en un punto iluminado y ruidoso en Madrid que podía oírse hasta en Buenos Aires cuando Filipe, el mejor lateral del mundo, tiró un caño en la frontal del campo contrario para cobrar un penalti que acabaría con el dos a cero del petit prince y con la locura ya desatada, con tanto dolor liberado. Y que todavía hubo un susto más, que fue penalti, pero que por una vez el error cayó del lado equivocado. Y al final llegó el final y el Atlético volvió a estar en tan poco tiempo entre los cuatro mejores de Europa. Solo dos años después, ese tipo que tal vez hubiera debido ser escritor, levantó a un club de la mayor desgracia de su Historia, y, con esa belleza que duele, lo colocó ahí, entre los mejores, demostrando que no es sólo un entrenador de fútbol, ni siquiera un escritor frustrado, Simeone es mucho más, un tipo que ha traído de vuelta aquella vieja idea de que nadie es más importante que todos juntos. Y así debiera ser siempre, en el fútbol, y claro, también en la vida.

Fotos: Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com

 

ALINEACIONES Y FICHA TÉCNICA

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Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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2 Comentarios

  1. ¡Grande atlético! El marqués no lleva a Saúl a la selección, y se permite el lujo de convocar a suplentes del Barsa, Madrid, o Chelsea.

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