Cuando el sufrimiento es hermoso (0-0)

En los penaltis se concentra toda crueldad que emana de lo que significa decidir un año entero, la ilusión de miles, la última oportunidad de muchos, con una simple moneda al aire. Se van juntando en la portería del fondo Norte todos los miedos, las incertidumbres, las dudas. El arco se hace pequeño y la distancia infinita. Es la gloria o el lamento. Es la épica, el colofón que constata que una eliminatoria que se decide en una noche de Champions en el Calderón sólo puede acabar con un exceso en el sentimiento: en la pasión, en la duda, en el sufrimiento, en la alegría o la pena. La tanda de penaltis fue un movimiento cíclico e interminable que oscilaba entre el ruido ensordecedor que trataba de desubicar al lanzador del PSV y el impresionante silencio que barruntaba el duelo que no fue, cuando un jugador rojiblanco agarraba la pelota. Así, hasta dieciséis veces, ocho terribles turnos completos. Griezmann y su tranquilidad. El uy de Gabi. La perfección de Koke, el tiempo detenido en el efecto del tiro de Saúl, de Zoet, y finalmente el gol. Torres, Torres, Torres, que no podía terminar como muchos le deseaban. La sorpresa de Giménez. La clase infinita de Filipe. Y por fin el fallo de Narsingh. Juanfrán, Juanfrán, Juanfrán: el fútbol por fin regalando justicia a un jugador que besó el escudo desde lo más profundo de su alma. Y el Calderón en pleno estallido de fervor. Y Simeone enloquecido. Y una nueva página escrita de la más grande historia de pasión jamás contada.

El Atleti salió al Calderón asustado por el ambiente, no imbuido por él. El Cholo dejó la valentía en el banquillo y probó con el esquema del Camp Nou buscando sobriedad y rigor, no queriendo repetir el desastre del Celta. Mediocampistas bajo la tutela de Augusto que invitaban al equipo a refugiarse, a sentirse cómodo en la tranquilidad, en la ausencia de peligro, y esperar que la velocidad de Carrasco y la magia de Griezmann hicieran el gol que simplificaba la ecuación. Así pudo haber terminado todo si el francés hubiese convertido el remate a bocajarro que le filtró Koke por derecha en el 14 pero, como en Eindhoven, se encontró con la sombra imponente de Zoet que hizo parar la música en la fiesta y fruncir el ceño a Simeone. Ésta vez no sería como siempre.

El PSV, pertrechado con cinco atrás se iba sintiendo más cómodo cuanto más rápido veía el tiempo correr. El partido languidecía y entraba en el terreno en el que los holandeses eran fuertes. El Atlético se retorcía incómodo y sólo despertó el Calderón antes del descanso con un arreón al filo del entretiempo. Hubo una doble ocasión de Saúl y Griezmann que acabaron estrellándose en la defensa holandesa, pero sobre todo, hubo la sensación de que la defensa holandesa no era inexpugnable.

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Carrasco golpea. Atlético de Madrid – PSV. Foto: Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com

En la reanudación el Atleti salió a por el partido y en los primeros cinco minutos había generado casi tanto juego como en toda la primera mitad, pero faltaba algo, el último pase, el ansiado gol. Era uno de esos días en los que poco a poco se evidenciaba que no era el día. Simeone dio entrada a Torres que vino a revolucionar el ataque colchonero. El delantero percutió por la derecha y fue una pesadilla para los centrales holandeses. Sin ocasiones claras de gol, Carrasco tuvo más espacios para aprovechar el apoyo de Filipe que derrochó clase toda la noche y el Atleti ganó presencia arriba pero sin demasiada contundencia. El partido no estaba para el gol y así lo vio Simeone que cuando faltaban 15 minutos para el final decidió rectificar lo hecho. Yannick fuera y Kranevitter al medio para recoger el centro del campo y no perder cuando ya había pasado el tiempo de ganar.

Con los dos equipos empeñados en protegerse, Torres lanzó un trallazo al palo al borde del final y Oblak y el palo salvaron al Atlético en una parada agónica en la que el Calderón enmudeció. El Cholo no pudo sacar su último recambio, obligado por la lesión de Godín a dar entrada a Lucas, que solventó con nota una situación que exigía en exceso. El resto, fue el lento pasar del tiempo, una prórroga como antesala de un final inevitable. El sufrimiento llevado al extremo. La tragedia en la grada, la magia en la noche. La agonía. De repente, Luis Aragonés, quién sabe si alguien lo oyó desde el cielo. Y la hermosura de la gloria. El Atlético, pese a todo, gracias a todo, vuelve a estar entre los ocho mejores de Europa y espera el sorteo con la sensación de que lo peor ya pasó, y que, como diría un grande, para alguien que nunca deja de creer, lo mejor está siempre por venir.

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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2 Comentarios

  1. Buen día, primero felicitarte por tu entrada, segundo mencionar que el penalti fallado no fue de Arias, de hecho fue el quien dejó quieto al cerrojo Oblak. El resto del texto es increíble.

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