El Atlético estaba en crisis. Bendita crisis, pensarán los más viejos del lugar, pero lo cierto es que andaba en dudas, con el gesto torcido después del varapalo sufrido en el derbi. Los mentideros andaban alzados a voz en grito, unos afeándole la evolución a Simeone, otros queriendo ser lo que no eran y en mitad de todo aquello, con la duda, la mejor amiga del hombre pero el lastre más pesado para un futbolista, acechando por cada rincón del Manzanares.
Simeone resolvió el entuerto recuperando sus principios. Rescató a Giménez en la zaga y sobre todo a Tiago en el medio, lo que liberó a Koke por delante, intercambiando los costados con Carrasco permanentemente. Le dio el oscilante nueve a Gameiro y todo encajó de una forma más segura. Introdujo también otro cambio, en el lateral, en el que Vrsaljo dio descanso a Juanfran y demostró que tendrá que progresar bastante para llegar a competirle el puesto. El caso es que este nuevo Atlético, que es el viejo, resultó más fiable, y ya se sabe que es ese el lugar desde el cual ha construido su imperio.
En los diez minutos primeros el Atlético ya había tenido dos ocasiones claras, pero Gameiro empezó a opositar al apelativo de delantero fallón y no materializó el gol. El equipo era otro, con una grada conectada y recuperando su férrea solidez parecía que aquello sería coser y cantar. Pero no lo fue, porque la falta de pegada fue metiendo al PSV en el partido e hizo que las dudas empezasen a sobrevolar de nuevo.
En la segunda parte, Tiago tomó el mando del partido, rejuveneció un lustro y devolvió así la frescura que necesitaba el Atlético. Ordenó el medio hacia delante y el equipo siguió insistiendo en la idea del gol. En una jugada veloz, Gameiro arrancó en velocidad a pase de Griezmann y cruzó un balón a la base del palo que redimía sus fallos iniciales. Como todos los delanteros extraños, supo hacer el gol en la situación más difícil después de haber errado en las más sencillas. A partir de ahí, el equipo holandés, hasta entonces serio, disciplinado, muy incómodo, pareció bajar los brazos, tal vez arrinconado por el ímpetu de un Atlético que volvía a creer en sí mismo.
Acto seguido, de nuevo, Tiago robó en una torpe salida del rival y asisitió a Griezmann para coronar su partido y que el pequeño príncipe francés recuperase su olfato de gol. Ahí acabó el partido y también la fase de grupos porque, quien lo iba a decir con un equipo en crisis, el Atlético desplazó a la segunda plaza del grupo al Bayern, sin ni siquiera necesitar el partido en Múnich. Los de Simeone ya piensan en la nueva competición que arrancará en octavos, donde comenzará su verdadero reto.
Foto: clubatleticodemadrid.com