Los días de Champions casi siempre son iguales. La mañana pasa rápida. Escuchas cualquier podcast o programa mientras intentas adelantar todo lo que puedas el trabajo del día, e incluso de la semana. Ese es el trato: «Te vas si no estamos muy apurados.» La tarde es al contrario, una jodida penitencia. Miras el reloj cada cinco minutos y el tiempo apenas parece avanzar. Rezas para que no surja nada de última hora que te retrase o, directamente, te impida ir al estadio. Es de esos días en los que tu cara refleja todo lo que late por dentro. Lo notan en todo: la mirada, la sonrisa, la lista de Spotify que está sonando. «¿Que? Hoy es día de fútbol, ¿No?» Estamos enfermos. Nos da igual.
Hay quién ahorra cada año para pegarse quince días tirado en una hamaca de algún resort de Punta Cana, preocupándose únicamente por evitar que el mojito se le caliente o tratar de no quemarse demasiado. Algunos creen encontrar la felicidad siguiendo una nueva doctrina budista venida de la India. También están los devotos del pilates. Los que tienen la necesidad de tumbarse en un diván y vaciarse de problemas delante de una persona que les escucha a cambio de 50 euros la hora…
Hasta el otro día mismo escuché que una de las formas modernas de escapar de la monotonía es meterse en una piscina y ver cuánto aguantas bajo el agua. El juego al que todos hemos jugado de niños en verano ahora se llama apnea e incluso se ofrecen cursos de pago para practicarlo.
Podía haber escogido cualquiera de esas cosas. Hasta madrugar los domingos de invierno, abrigarme de pies a cabeza y echarme al monte a hacer senderismo. Todo hubiera sido lícito. Pero escogí al Atlético de Madrid. Es curioso como las caras cambian cuando dices que tu forma de evadirte de los problemas o aliviar el estrés es colocarte detrás de una portería y cantar animando a tu equipo. Es curioso como la gente te mira como si fueses el propio Alonso Quijano cuando pides días de vacaciones para irte a ver un partido de Liga de Campeones a otro país.
Nadie lo entiende. Como tampoco comprenden que llegues afónico la mañana siguiente a un partido importante. Aunque tu compañero lleve un vendaje en la muñeca por haber tenido un percance de pádel ese domingo, el raro vas a ser tú. Probablemente me hubiera salido más barato irme al Decathlon, comprarme una escafandra y sacarme el bono de temporada de la piscina cubierta de mi barrio. Así podría llegar los lunes y comentar con alguno mi nuevo récord de permanencia bajo el agua. Lo siento por ellos, pero la semana que viene volverá a empezar con ojeras y voz tomada. Seguiremos siendo raros, seguiremos siendo del Atleti.
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