Estaba en la barra, esperando que el camarero me sirviera una cerveza, cuando entró él. Chaleco vaquero forrado de parches, barba poblada y tatuajes. Sin duda, un heavy. No fueron pocos los allí presentes que lo miraron como si acabasen de ver un fénix. No hace tanto, en Madrid convivían distintos grupos, cada uno con su estética, códigos y jerga propias. Tenían hasta sus propias zonas por las que frecuentar. Una época en la que la homogeneidad moderna aún no había fagocitado cada resquicio de la sociedad.
Los fines de semana, integrantes de esas diversas culturas confluían en el Vicente Calderón bajo una idea superior y común: el Atlético de Madrid. Así pues, era costumbre ver junto al Manzanares a mods, heavys, rockers, e incluso punkis, compartiendo grada. Todos manteniendo su estética, clara y llamativa, que iban mimetizando entre el resto de asistentes.
Últimamente me causaba terror escuchar a esa nueva corriente de aficionados que apostolaba una nueva forma de entender el Atlético de Madrid. Según esa doctrina, el Atlético de Madrid era un ente inidentificable. Algo que cada uno podía entender y vivir a su manera. El Club había pasado de unir a extraños alrededor de una idea común, a separar a personas que vestían y hablaban igual, pero sentían o pensaban diferente. Si, jodido.
El reciente aniversario del Club me quitó todos los miedos de golpe. Las diferentes campañas surgidas con motivo de la efeméride, desde el propio Club, pero también desde diversos sectores de la afición, han vuelto a poner de manifiesto nuestras señas de identidad. Esas que nos hacen únicos y por las que nos diferenciamos del resto de Clubes. Esas que nos hicieron elegir el rojiblanco de entre toda la gama cromática.
Desde el “seguimos molestando” que nos transporta a nuestros orígenes y a aquella mañana posterior al partido que marcaría nuestro nacimiento, frente a nuestro mayor y único antagonista, pasando por la pitada que el Metropolitano dedicó al que, por desgracia, continúa siendo presidente del Club Atlético de Madrid. Alguien que en demasiadas ocasiones ha avergonzado a la entidad y que aún se pasea con altanería y prepotencia en cada acto al que acude.
120 años después, Madrid sigue latiendo en rojiblanco. 120 años después, la hinchada rojiblanca sigue molestando. 120 años después, la rebeldía con la que se gestó la mayor historia de pasión jamás contada sigue en pie.